Estás en tu casa, rodeado de toda la magia y la fantasía que se puede recopilar en los libros y en las letras, pero también estás en el mundo donde todo es posible. Solo tienes que buscar.
Se acrecentaba la noche. Algo alertó a las nocturnas aves que dormitaban en el cementerio, y se agitaron alborotadas. Yo me hallaba sentado en el marco del ventanal y no vi nada, pero sí sentí sobre mi piel el inconfundible frío que sólo produce la proximidad de la muerte. Estaba entumecido por el frío y dispuesto a entrar cuando divisé una imagen fugaz, de un blanco desvaído, transparente, que vagaba entre las tumbas. Pero no sentí terror. Me quedé inmóvil, contemplando aquel fantasma. Su vestido largo y sutil flotaba con la brisa, iluminándose con los rayos blancos de la luna. Era una imagen fantástica. Estaba próximo al encantamiento. Suavemente se acercó a mí. Tomó mis manos y pude sentir las suyas, frágiles, delicadas y muy frías. Luego giró y sin soltarme me guió hacia el cementerio. Llegamos a una cripta vetusta. Dentro se hallaban dos féretros antiguos cubiertos por mantos centenarios de encaje. Se detuvo frente a ellos. Yo también aunque no entendía lo que pretendía. Entonces tiró los mantos al suelo, quedando los ataúdes descubiertos, y a través del pequeño vidrio de sus tapas, pude reconocer en los rostros de los muertos nuestros propios rostros. FIN
Ring, ring… ¡!! Uff!!
Con el sueño que tenía y se pone a sonar el teléfono… Si acabo de acostarme…
Miro la llamada… ¡Jopé! La policía nacional… seguro que otro muerto… Estos
muertos que no respetan ni el fin de semana ni nada.
Descuelgo, evidentemente,
me ponen sobre aviso de un muerto a cuyo levantamiento tengo que ir. Algún
asesinato, parece ser. Le digo a mi acompañante que me voy, salgo de la cama y
mientras llamo al Médico Forense…
-¡Enrique! ¡Hola! ¿Te
han avisado, no?... pues oye, hazme un favor y ven a buscarme que estoy en
Santa Cruz y no tengo ni idea de donde está el pueblo o el sitio que dicen…
Gracias, guapetón- aunque de guapetón no tiene absolutamente nada. Es de los
tipos más feos que me he encontrado en mi vida. Además, produce risa, porque es
igual que Mortadelo si fuera hombre y tan cotilla como él. En serio, si le vierais es cómico.
Tomo un café doble mientras
espero la llamada. Cómo me molesta que me saquen por la madrugada casi
amaneciendo de la cama un domingo con lo calentita que estaba y lo bien que lo
iba a pasar… Pero el deber es el deber, no sirve de nada pensarlo.
-¡Ring, ring! ¡Ahí
está! Bajo por el ascensor, salgo del edificio y me lo encuentro en su
deportivo negro fardón y molón, pero no está solo, jejeeje… está con una chica –a
este también le han pillado en la cama con otra y no ha tenido dónde dejarla
aparcada- jajajaja…
Presentaciones. Yo como
si no le conociera más que del trabajo y evitando reírme de la pobre incauta.
Es que no sé la de chicas que le conozco en el poco tiempo que llevo. Se tira a
todo lo que tiene faldas. Por supuesto, conmigo lo intentó, obviamente, pero
sin ningún resultado. Aparte de que no me gustaba nada, no me parecía
correcto que La Juez se enrollase con el Forense y encima siendo este tan
bocazas como era… ¡Lo que me faltaba, vamos!
Íbamos por la autopista
a la velocidad del rayo, como a él le gustaba siempre conducir y me sentí
alegre pues la melena la llevaba al viento, éste me daba en la cara y estaba
viendo un amanecer grandioso, como todos los amaneceres en Tenerife. Llegamos
por fin al sitio indicado, tras múltiples vericuetos trampeando por los caminos
de tierra. Llegamos a una finca grande con muchos jardines, cultivos (no me
extrañaría que tuvieran maría, pero no venía aquí por eso) y una casa de campo
muy grande. Me llevaron los de la Policía Judicial, ya casi grandes amigos míos, al
menos, su jefe Eliseo, un hombre aún joven y más mayor que yo. Me ayudó a salir
del biplaza en el que iba estrechamente situada pero en posición privilegiada
por la altura.
Me comentó Eliseo que
ya estaban buscando al autor y que no era muy agradable la escena. ¡Como si
alguna escena con cadáveres fuera agradable! Entonces no vendría yo, seguro.
Nos metimos por un
pequeño y estrecho puente que cruzaba por encima de una laguna artificial. El
puente era de madera y todo a continuación también, una cabaña de madera, los
escalones, etc.…
Por supuesto, aún no
habían movido el cuerpo, así que entré a inspeccionar la escena y al muerto…
¡¡¡Ostrás!!! ¡Pobre
tipo! ¡Estaba irreconocible! ¡Ni siquiera parecía una persona! Era una masa sanguinolenta, un individuo destrozado hasta la abominación. La nariz estaba
rota y de lado, los dientes caídos en el suelo, la sangre goteándole por la
nariz en punta pues el muerto estaba de pie, de pie apoyado extrañamente en la
nevera. No entendía cómo, pero así estaba y un poco doblado hacia adelante. El
muerto estaba cubierto literalmente de sangre, su pelo, sus ropas, todo. Los brazos y las piernas se encontraban en ángulos incomprensibles, obviamente rotos, lo que me impresionó pues habría sufrido una verdadera tortura antes de morir. No se
podía saber nada de él ahora, salvo que algún hijo de puta le había molido a
patadas y puñetazos estilo kung-fu o cualquier otro arte oriental de los que hombres presumían. Una huella de un pie se encontraba en el refrigerador por encima de la cabeza del muerto. ¡Qué muerte
tan cruel! ¡Qué dolorosa! ¡Cuánto debió de sufrir antes de morir de una
paliza!!! El resto del mobiliario, más bien escaso, no estaba muy descolocado
para lo que allí había pasado. El catre si, ahí debía haberlo encontrado,
dormido e indefenso. ¡Qué canalla! ¡Una auténtica monstruosidad! Me senté para
contemplar bien el escenario y vi las pisadas de sangre que salían de la
cabaña, fui siguiéndolas hasta donde llegaban y de repente desaparecían en la
arena, sin que allí hubiese otras pisadas o marcas. Los de la científica decían
que quizás vino andando aunque era dificilísimo por lo remoto en que se
encontraba el lugar y que si hubiera sido en coche habría señales. Yo pensé en
una moto y lo tomaron en cuenta. Posiblemente fue ese el transporte que utilizó
el asesino, si es que no era ninguno de los de la casa grande en cuya propiedad
estaba esta cabaña pequeña.
Eliseo me preguntó si
quería interrogarles ahora y le dije que sí. Fuimos a un pequeño comedor, tras
cruzar un gran secadero en el que solo había colgados unos cuantos pimientos
rojos secos (la maría, si la había, la quitaron, desde luego) y allí se
encontraban sentados un hombre y una mujer y, al parecer, su hija y, por la
pinta, eran extranjeros, desde luego. Así era, alemanes… ¡qué bien! Esa lengua aún
no la domino, claro que como siga viviendo aquí seguro que la aprendo mucho
mejor que el inglés que ya sé. La conversación fue muy corta, dada la
imposibilidad del idioma, aunque intentamos hablar en francés e inglés, pero
nothing the nothing.
En resumen,
negaban haber visto u oído algo durante la noche, ni coches, motos, ni los
desgarradores gritos de aquél pobre diablo al que mataban a escasos veinticinco metros
de donde vivían ellos. Me enseñaron las habitaciones de ambos, la pareja y la
chica y, por supuesto, mentían. ¿Cómo no habían oído el alarido y los aullidos que ese ser tuvo que desgranar ante la endemoniada paliza que le estaban dando?
Además eso no fueron segundos, como es un tiro, no, fueron muchos minutos para
haberlo dejado como estaba.
Volví al recinto del
muerto. No sé qué se me escapaba de allí. No tenía ningún sentido matar con los
pies y las manos a este tipo, enjuto, delgado, no muy alto y de una edad
indefinible de entre treinta y cinco a cuarenta y cinco años. Claro que matar nunca
tenía sentido pero acostumbrada a los muertos este parecía aún más sin sentido.
No había libretas, pasaporte, dni y estaba claro que era extranjero,
seguramente alemán como los otros.
De ellos solo obtuvimos
el nombre del muerto y que se dedicaba a vivir allí porque no tenía dinero y a
cambio les ayudaba en el campo… Quedaron citados para comparecer en mi Juzgado
al día siguiente a las diez de la mañana, advirtiéndoles de que si no se
presentaban los vendrían a detener. Menudos mentirosos que estaban hechos,
aunque por todo lo que les rodeaba no sospechaba de ninguno de ellos como
autor. Quizás tenían miedo de la revancha del verdadero asesino. Yo también lo tendría.
Como ya me habían
fastidiado el día opté por despedirme del forense y su nueva chica y vernos el
lunes con el resultado de la autopsia –a este sí que se lo habían fastidiado y
bien; ponerse ahora a abrir ese cuerpo que estaba más roto que un juguete usado
de generación en generación-. Me fui con Eliseo y sus chicos que me
garantizaron llevarme luego a Santa Cruz a recoger mi coche. Iba con ellos en
el coche de camuflaje (¡ji! ¡De camuflaje! –me reí- si lo conocía todo el
mundo, al menos todos los delincuentes, eso sí). Mientras íbamos conduciendo
dieron un aviso de un coche a la fuga con disparos incorporados. Los tres me
miraron suplicantes. Estábamos en la misma autovía por donde el coche
supuestamente había escapado y… lo estábamos viendo.
-Doña Isabel, ¿no le
gustaría hacer una persecución?- dijo Eliseo anhelante.
-¡Por supuesto, vamos! ¡A
por ellos! ¡Vamos!...
Y dieron un acelerón de
muerte, pusieron la sirena y en menos de quince segundos zigzagueábamos entre
los coches detrás del que había disparado contra los policías al intentar
detenerlo. Yo me lo estaba pasando en grande, siempre he sido terriblemente
arriesgada e imprudente y jamás había conocido el miedo. La verdad, es que para
morirse de todos modos, era preferible morir riendo que morir potando enfermo.
Gritaba y llenaba el aire con mis gritos de aliento. Ellos me miraban
satisfechos y con placer, enseñándome lo buenos pilotos que son y lo bien que
lo hacían todo y con qué devoción. Y yo se lo agradecía no solo dejándoles
hacer sino palmeando cuando lo hacíamos… Sabía que era la única. Los otros dos
compañeros eran unos pavos. Uno, el del uno, jamás de la vida, se hubiese
metido en un cutre coche policial con su impecable y carísimo traje de chaqueta
y su bronceado varonil. Y la otra, la del dos, odiaba a todo lo que se llamara
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, comprendiendo todo, TODO… desde los
Guardias Civiles, Policías Nacionales (a quien nada más llegar les abrió unas
previas por presunto delito de lesiones en un interrogatorio), Policías
Locales, Guardas de Seguridad y Porteros de Discoteca… Los odiaba visceralmente
como buena militante del PC, del que tuvo que salirse porque los Jueces no
podemos estar afiliados a ningún partido ni participar o colaborar públicamente
con alguno. Le venía de herencia, la rojez, su padre andaluz bla, bla, bla…
Vamos que no tenía ningún motivo concreto para odiarlos. Como decían en
Tenerife y todo Canarias, era una rebenque, es decir, entre rencorosa de
nacimiento, rebelde, tonta y correveidile… Mmm… Por eso me gusta tanto esa
palabra, REBENQUE; se puede decir tanto con un solo apelativo.
Cuando la persecución
llegó a la altura del otro coche en paralelo, para avisarles de que pararan, el
policía que estaba a mi lado me bajó la cabeza y todo el cuerpo para
protegerme.
Yo no intenté moverme pero no porque me diera miedo de un arma o de
que me reconociesen, sino por los policías, se jugaban mucho teniéndome a mí
con ellos y si me pasaba algo no quiero saber adónde rodarían sus cabezas, por
irresponsables. Al menos, fue lo que me dijeron.
Al final, los cuatro
locos que habían huido fueron obligados a parar y de ellos se encargaron el
coche de policía que nos había alcanzado mientras le perseguíamos. Los chicos y
yo recuperamos el aliento y se les veía felices y satisfechos. Me caían bien.
Eran buena gente Y, sobre todo, cumplidores y efectivos. Les invité a una
cerveza en el Puertito de Güimar. Ya se nos había pasado la hora de desayunar
hace mucho. Después me llevaron como prometieron hasta mi vehículo. Me despedí
alegremente de ellos y antes de subirme al coche, sopesé la idea de volver a la
cama calentita de la que me habían echado con lo del muerto y continuar
durmiendo hasta el día siguiente, pero como sabía que eso no iba a ser así de
sencillo, opté por tomar un café en un sitio agradable y largarme acto seguido.
Otro día sin desayunar, sin comer y, por lo visto, sin cenar, pues en casa no
había de nada. Era mejor así, que andar tirando toda la comida que compraba
porque estaba podrida.
Decidí ir a mi
restaurante favorito y hacer mi pedido favorito, por supuesto, para llevar. En
cuanto me vieron los dueños, me sacaron un caldo suculento recién hecho que me
obligaron a tomar bajo pena de no dejarme ir… Bueno, vale, lo tomo… lo tomo…
mmm… delicioso.
Salí de allí repuesta y
ya era hora tardía, había anochecido del todo. Subí hasta el juzgado, abrí y
aproveché para dejar mis anotaciones sobre el muerto encima de mi mesa. ¡Qué
asco de Secretarios! Como no tenía ninguno, y vivían tan lejos, normalmente en
Santa Cruz, de donde se encontraban mis muertos me daba apuro llamarles y menos
en fin de semana para levantar el muerto. Así que al día siguiente, le
explicaba lo sucedido y levantaba el acta correspondiente. Desde que Diana se
marchó nunca más había vuelto a ir acompañada a nada por el Secretario y eso
que Diana tampoco lo era, pero era la oficial con más disposición y buena para
el trabajo que había encontrado en mi vida.
Cuando salí ya serían
las doce. Así que me subí al coche con otro archivador con documentos (no se
pueden sacar documentos del juzgado). Pues no sé como coño iba a dictar las
sentencias y revisar los pleitos si no los podía sacar de allí. Pero ese
capítulo vino muchos años después. Aquí no había problema.
Mientras bajaba hacia
el Médano completamente sola por esa carretera a esas horas vi el enorme
círculo, nunca lo había visto tan grande, el enorme cinturón naranja de la luna
saliendo por el horizonte. ¡INMENSO! ¡DELICIOSO!... Qué suerte había tenido de
poderlo ver. Era colosal, aparecía casi de un lado del horizonte a otro y no se
movía, estaba ahí quieto encima del mar, con esa media luna naranja que dejaba
el cielo todo él anaranjado, rojo y amarillo. Antes de entrar en el pueblo y de
que las casas me interrumpieran su plena vista, aparqué a un lado de la
carretera para ver ese fenómeno tan bello y natural.
Como esto dura tan
poquito, como todo lo bueno, salí del coche, en una noche perfecta sin frío,
sin calor y con una brisa suave y seguí admirada el horizonte. Estaba pensando,
o más bien, descansando de pensar cuando volví a mirar el reloj: doce y media. ¡No
era posible!... ¡Absolutamente imposible!... Pero si la luna estaba exactamente
igual que cuando paré. ¡Qué cosa tan extraña! Recordé todos los periodos de la
luna y sus movimientos, rotación, traslación, transmutación y el nuevo que
llamaban libración (ver más superficie de la luna que el 50% debido a la
velocidad orbital, tanto del norte como del sur y del oeste al este).
Ninguno de esos temas y
todo lo que sabía de la luna daba explicación a este fenómeno… La una menos
cuarto y estaba igual. ¡Foto!, recordé…Fui al coche saqué el móvil e hice unas
cuantas instantáneas sin fijarme en ellas. Solo en la luna que seguía
mansamente en aquel lugar de la misma forma y manera… Era asombroso y por más
increíble que pareciera eso no era la luna. De esto estaba profundamente
segura. Oh!... si al menos, no quedase en el mar o en el horizonte esa luna me
habría acercado a saber qué era ese OVNI, pero con lo cansada que estaba, fui a
casa, comí un poco y salí a la terraza para cerciorarme de que aquel objeto
seguía allí en la misma posición. La verdad es que no tenía ni idea de lo que
hacer, me estaba riendo contemplando el espectáculo e imaginando las respuestas
que me darían si llamase a la Guardia Civil, Policía Nacional o Local o a algún
amigo a esas horas de la noche… Por supuesto, que no lo haría. Y cayéndome de
sueño me quedé dormida al relente en la tumbona de la terraza, pensando que
todo esto era un sueño.
Al despertar, menos mal
que el móvil suena indefectiblemente a la misma hora, día tras día, me
sorprendí al ver que estaba dormida en la terraza. Era rarísimo que me hubiera
podido dormir en otro sitio que no fuese una cama. Pero como recordé el día que
me esperaba con lo de ayer, me incorporé sin darle más importancia y fui a por mí
café triple. Me duché, me vestí convenientemente, hoy tocaba de verde –me
encantaba-, así que falda mini de estampados pequeños de hojas sobre un fondo
de crema, blusa de seda verde con pliegues muy discretos verticales en el pecho
y una chaqueta de corte masculino verde, del mismo color que la blusa. Ah! Y
por supuesto, unos deliciosos zapatos verdes de ante con piel verde también.
Iba a salir, cuando me
acordé del OVNI o de la luna o lo que fuera y saqué el móvil del bolso para ver
las fotos que había hecho y estar segura de lo que había visto. ¡Ahí estaba! Un
aparato extraño de dimensiones y formas extrañas, redondeado, ovoide y con
sombras que asemejaban ventanas y puerta… ¡¡¡No podía creerlo!!! Era cierto, ¡¡¡HABÍA
VISTO UN OVNI!!! Lástima que mis obligaciones tuvieran que dejar aparcada por
años esta extraordinaria historia
.
(si os ha gustado no tenéis que dejar de seguir esta truculenta historia para enteraros de lo que puede dar de sí la maldad de un ser humano y la manipulación llevada a sus máximos extremos)
Tan sólo unos meses
antes era un hombre normal y sin saber muy bien cuándo comenzó, ahora estaba atrapado en una terrible y a la
vez magnética ensoñación. Donde quiera que mirase que hubiese agua, allí estaba
ella danzando sin parar; no lograba ver su rostro pero amaba su insinuante
figura y aquellos movimientos dulces le inquietaban la existencia.
En un charco en la
calle, en la fuente del parque, hasta en un vaso de agua la contemplaba bailar
y estaba claro que solo él podía verla.
Pensó que se había vuelto loco, pero cada vez
dormía menos y buscaba cualquier acuoso lugar para ver a su bella bailarina; le
obsesionaba no ver su rostro y ni siquiera podía concentrarse en el trabajo,
así que pidió unos días libres y se fue a la cabaña de sus abuelos, rodeado de
un inmenso lago donde pescaban cuando era un niño. Hasta los dieciocho años
estuvieron yendo todos los inviernos, dejaron de hacerlo después de aquella
tragedia que conmocionó al pueblo.
Hacía tanto que no iba que le costó encontrar el
camino hasta el lugar pero después de varios minutos vislumbró, al final de éste,
la vieja cabaña.
Casi sin soltar los bártulos en el suelo de la
entrada corrió como poseído hasta el lago para ver bailar a su amada y quizás
antes de que llegara la noche hubiese suerte y pudiese hoy contemplar su
rostro. No ocurrió y Sony cada vez pasaba más horas en la orilla contemplando a
su amada danzar, casi no comía y dormitaba apenas unos minutos. Semanas más
tarde él se desvanecía con los intensos rayos de sol del mediodía por la
debilidad y la falta de energía. Pero la noche más perfecta que podáis imaginar
se apareció ante sus ojos el rostro de su amada, el reflejo de una inmensa luna
llena dejó al descubierto sus dulces ojos, esos que nunca podría olvidar y Sony
quedó petrificado.
Veinte años atrás Sony era un joven inconsciente y
cobarde. Él y un grupo de amigos perseguían por el lago a la bella Sharon (animadora
del instituto y una de las chicas más guapas del pueblo) solo pretendía
asustarla pero ella tropezó y cayó al agua de donde nunca salió. Sony quería
tirarse para ver si aún estaba viva o pedir ayuda pero los demás se lo
impidieron, el muchacho no hizo nada y chantajeado por los demás jamás lo
contó. Encontraron el cuerpo de la joven semanas más tarde
y fue considerado un accidente (mientras la muchacha paseaba por el lago
tropezó y cayó a las aguas muriendo ahogada, esa fue la conclusión policial)
Sharon miró a Sony desde las aguas y
telepáticamente le dijo que ellos estaban destinados a amarse eternamente, que
ella había nacido para él y él para ella, pero al haber sido tan cobarde y no
salvarla en aquella triste ocasión estaban destinados a vivir él esta vida sin
amor y ella la eternidad.
Sony no lo pensó dos veces se metió dos grandes
piedras en los bolsillos y se tiró al lago.
El cadáver del hombre fue encontrado días más tarde
con una sonrisa en el rostro y hay quien cuenta que en las noches de luna llena
se ven dos figuras bailar mientras suena una dulce melodía de amor.....
(Normalmente la demencia es una enfermedad y contra ella nada se puede hacer... )
DEMENCIA
Hace unos años tuve que pasar en
contra de mis deseos, mi veraneo con unos tíos míos. Era la única persona que
podía atenderles pues carecían de hijos y no tuve valor para decir que no.
Habitaban en un pueblo pequeño, diminuto, diría yo, pero como era verano,
estaba “lleno” de veraneantes. La única diversión que existía en el pueblo era
un bar que permanecía abierto casi todo el día y una piscina que llamaban
municipal y aunque era indudable la frescura del agua, no era un sitio ideal
para pasar las horas; los chiquillos y mayores no dejaban de celebrar, berrear
y ovacionar cualquier suerte de lid de alguno de sus hijuelos.
Siendo estos sitios los de reunión
me dediqué a estar en casa con mis tíos fundamentalmente. Para ello me había
preparado con unos cuantos libros pensando que habrían de durarme hasta el
final del verano. Pero no había pasado una semana y ya me los había leído
todos, además de los que encontré en la casa de mis tíos y todo lo que pude
encontrar finalmente.
En uno de esos domingos me
encontraba tomando un aperitivo en el bar y entre todas esas personas chillonas
había un individuo bastante raro. Se había sentado en una mesita y leía con
devoción un manojo grande de folios mecanografiados. Por puro aburrimiento me
acerqué a conversar y educadamente le pregunté sobre lo que leía, sabiendo de
antemano su respuesta, la cual no se hizo esperar, -Una de mis pequeñas obras, ¿quiere
usted leerlo?- y yo que estaba desesperado por hacer cualquier cosa que me
sacara del aburrimiento acepté entusiasmado.
-Qué amable- dijo mi conocido que
más tarde supe que se llamaba Rodrigo Villanueva. –Yo creo –prosiguió él- que
me convendría mucho leérselo personalmente. Siempre me han considerado con una
voz bien timbrada para leer en alto.
Acepté encantado y le invité a casa
de mis tíos a cenar y hasta que esa hora llegara podría leerme su obra en el
gran jardín de la casa. Cuando estuvimos en el jardín se apoyó en una columna
que sujetaba un gran jarrón y declaró que desde ahí leería perfectamente.
Entonces comenzó a leer.
Me gustaría poder describir aquella
voz pausada, inexpresiva e incontenible. Era una voz que cuanto más la
escuchaba, más extraña me parecía. Ahora sé que era como la de un ruidoso
locutor que disertara sobre un pesado tema. Al principio procuraba captar todo
el sentido de las frases. Resistí la lectura de los primeros seis capítulos que
eran terriblemente pesados. Me imaginé con toda claridad el escenario, los
personajes y los acontecimientos, carentes en absoluto de fortaleza dramática.
Esperaba que al fin sucediese algo. Pensé que los personajes, en algún momento
realizarían hazañas espeluznantes o nobles y santos hechos. Pero no hicieron
nada.
Nada sucedió. El libro era
extraordinariamente monótono, informe; carente en absoluto de vitalidad: era
una descarriada expresión de una personalidad negativa, con una multitud de
ideas mudas, rancias y totalmente desprovistas de originalidad. Siempre decía
lo que uno ya sabía de antemano. Siempre parecía que iba a llegar el párrafo
culminante, o el momento ansiado en que sucediese algo. Pensé que, después de
un rato, descansaría –pues hasta los más presuntuosos suelen hacerlo y no se
puede estar horas y horas leyendo sin siquiera beber algo para evitar la
sequedad de la boca-. Pero en este caso era realmente imposible. La lenta y
monótona voz proseguía sin descanso, con el terrible tesón de un CD. Deseaba
con todas las ganas de mi ser que bajase la voz o la elevase, que chillase o
graznase, cualquier cosa para eliminar el aburrimiento. Traté de pensar en
otras cosas, pero su voz era demasiado potente e insistente como para
permitirme concentrar en otras cosas. No me era posible prestarle atención ni
dejársela de prestar. ¡Estaba agotado!
Nunca había pasado una tarde igual
en mi vida. Para colmo de males, la cocinera no terminaba de preparar la cena y
avisarnos para poder dejar de oír su voz.
Las horas transcurrían interminablemente. Finalmente me atreví a decir:
-¿Podríamos descansar unos minutos?
-¿Por qué? –respondió él.
-Para que tratemos el tema de la
lectura, hablásemos de él…
-No – replicó -. Estamos en el
momento más interesante. ¿No se da cuenta de que he desarrollado todo el
argumento para llegar aquí, al momento culminante y más dramático de la
historia? Todos los personajes esperan en vilo el desenlace de la tragedia.
Siguió leyendo, y yo, esperando en
vilo el desenlace de la tragedia. Pero no había tragedia alguna, ni
culminaba nada. Ya me dolía horrorosamente la cabeza. Pero la voz continuaba
fluyendo, por encima de todo, de mis sentidos, del jardín, del mundo. Sentía
como si me arrastrase a un torbellino de enorme tedio, de fastidioso
aburrimiento. De repente pensé, totalmente resuelto: “Si no avisan pronto para
la cena, lo mato”.
Ese pensamiento fue un acto reflejo,
no fue un pensamiento lógico ni racional pero ahora recapacité y me puse a
pensar en cómo podría hacerlo. ¡Hasta logré evadirme por completo del sentido
de su lectura! Por fin… Consideré todas las posibilidades que se me ocurrieron.
El estrangulamiento. Matarlo con el azadón que estaba en el jardín. Ensartarlo
en el tridente. Colgarlo. Tirarle el inmenso jarrón en cuya base se estaba
apoyando. Desnucarlo contra las piedras de la maravillosa marquesina florida…
En todas ellas me deleitaba, me regodeaba de placer. Casi empecé a sentirme
feliz, cuando repentinamente cesó la lectura.
-Nos
traen la cena – dijo-. Ahora podemos mantener una pequeña charla y luego
terminaré de leerle la obra.
Y
así fue. Tras lo cual me contó que pensaba dejar todo su dinero para que sus obras
fueran publicadas y que quería que yo fuera el depositario de las mismas y
redactara su testamento. En vano resultaron mis excusas de exceso de trabajo,
de tener que irme inmediatamente y ya desistí completamente cuando alegó que si
ponía en duda todavía su talento literario podía leerme otra obra para que lo
comprobara.
Ahí
se acabó la discusión y lo hice tal y como estaba previsto. Después de que se
marchó contento con sus papeles y mi dirección no volví a verlo en mucho tiempo
y, por supuesto, dejé de pensar en él
Al
cabo de los años, cuando me encontraba en un hospital debido a una caída que me
produjo una fractura en la pierna, Villanueva se presentó sin ninguna
explicación. Estábamos en la misma habitación cinco personas más. Nos estuvo
leyendo durante dos horas, creyéndolo necesario para liberar nuestro hastío.
Cuando se marchó, dije a la enfermera:
-Si
deja usted entrar de nuevo a ese hombre mientras yo esté aquí le aseguro sin
lugar a dudas que la mataré.
Ella
se rió a carcajadas, pero todos los demás vecinos de habitación estaban
completamente de acuerdo conmigo.
No
mucho después leí en el periódico su esquela.
“¡Pobre
tipo!, pensé, abusaba en exceso de sus lecturas. Seguramente acabó con la
paciencia de algún lector. En fin, ya no podrá leerme más.”
Y
entonces recordé sus obras y el testamento y odié aquellos momentos. Primero
llegó la clásica carta de un abogado de donde él vivía. Después su visita con
una gran caja metálica.
-Los
parientes del difunto- dijo – están muy disgustados por no haber heredado nada.
Opinan que sus obras carecen de ningún valor y que ellos tienen también sus
derechos.
Le
pregunté cómo sabían si tenía valor o no su obra respondiéndome que Rodrigo
tenía la costumbre de leerles en alta voz varias de sus obras. Traté de disimular
una sonrisa.
-Ellos
piden, señor, heredar los bienes y dineros del difunto destinados a publicar su
obra por ser inútil este propósito y están dispuestos a renunciar a los futuros
derechos que pudieran corresponderles por la venta de los libros y por los
derechos de autor. Querían llevar el pleito a los Tribunales.
Pues
¡menudo panorama se me presentaba de repente! Además de que eran legión de
familiares del difunto.
Le
pregunté si la caja estaba llena.
-Totalmente,
señor Esquivias. Son copias a máquina, cuidadosamente hechas.
Sacó
la llave, una carta sellada y una copia del testamento. Hecho lo cual se
despidió. La carta solo me proporcionó la información de a cuánto ascendía la
suma dejada por él, lo demás era repetición del testamento.
Cuando
abrí la caja y me dispuse a leer los papeles que allí había me di cuenta
inmediatamente de que lo que me leyó a mí era de lo mejorcito que había
escrito. Llamé a Navalmoral y le dije que tenía trabajo para él si lo quería.
Este era un periodista con escrúpulos y dotado de conciencia, por lo que su
trabajo era escaso. Así que se alegró y en seguida se llevó las copias de la
obra de Rodrigo Villanueva esperando ciegamente hallar una obra maestra en
aquel conjunto de papeles.
-Creo
que lo mejor será que vaya leyendo poco a poco y vaya estableciendo una
comparación entre lectura y lectura –dije-. La determinación de que se publique
la obra depende de usted. Según el testamento algunos han de publicarse así que
usted decide cuáles son los que se deben editar.
Me
preguntó si había pensado en una agente literario para editar y le conteste que
Magnus, pues ningún libro, por malo que fuese, podía empeorar más aún su
reputación y, en cambio, el dinero le ayudaría a conservar su industria.
-Por
último, Navalmoral, si usted se arrepiente de haberse mezclado en este asunto,
como le ocurrirá cuando entre de lleno en sus lecturas, recuerde que, al menos,
no se los leyeron en alta voz y dé gracias a Dios por ello.
Cuando
volvió Navalmoral a buscar el resto de la obra me dijo que no había encontrado
ni el menor rastro de una buena obra; todo era pésimo.
-Un
tipo patético el Sr. Villanueva- dijo.
-Yo
le aconsejo que la rechace, que no se obsesione como me ocurre a mí con su
horrible sentido práctico y monótono. Pienso continuamente en él y en su obra
como si se tratara de un asunto de vital importancia. Si me siento en la sala
le oigo leer. Si descanso en un parque le sigo escuchando y cuando me voy a
dormir, sueño que él me arropa y me envuelve “con su sentido patético”. Y si
por algún momento me olvido de él aparece una carta de las decenas de
familiares que tiene reclamándome el dinero que dejó.
Navalmoral,
por supuesto, no me hizo caso y siguió fiel leyendo continuamente y como era de
suponer se obsesionó tanto como yo.
-He
soñado- me dijo en una ocasión- que el pobre Villanueva se me aparecía por las
noches y me contaba exactamente como concibió cada una de sus ideas. Y ¡hasta
me ha hecho perder el gusto por las buenas obras!
Por
fin, tales eran las amenazas de los familiares y los pleitos que pugnaban por
acumularse que reuní en un día a todas las partes implicadas, es decir, a todos
los familiares, al abogado y a Navalmoral.
Yo
ya no vivía, Villanueva me ahogaba, me agobiaba, me levantaba pensando en él,
me acostaba y soñaba con él y hacía días que no me encontraba bien. “Si yo
hubiera podido adivinar hasta qué grado iba a llegar esto lo hubiera
estrangulado en el jardín de mi casa cuando tuve la ocasión”. Claro que peor me
sentiría si me hubiese tenido que leer toda la obra entera del difunto. Solo de
pensarlo se me revolvía el estómago y estaba a punto de vomitar.
La
reunión fue agitada y tumultuosa. Estaba claro que todos necesitaban el dinero
y argumentaban empecinadamente cada uno a su favor, mientras el “patético”
Villanueva no necesitaba nada de nada pero era el causante de todo estos
problemas tan desagradables y yo le odiaba por ello. En esto estaba pensando
cuando distinguí claramente a Villanueva que pasaba frente a la ventana del
salón que había alquilado para la reunión. Me levanté de un salto; señalé hacia
él; grité para que todos lo viesen.
Navalmoral
se acercó.
-Calma,
amigo. Está muy fatigado.
-Pero
yo lo he visto –dije-. Era él mismo. El causante de todas las desgracias. ¡Si
pudiera echarle mano…!
La
reunión duró cuatro horas y media durante las cuales se sugirieron las más
peregrinas y peculiares ideas legítimas e ilegítimas de terminar con estos
problemas. Entonces se pidió opinión a Navalmoral como crítico de su obra. Dijo
que, desde el punto de vista literario, toda la obra del difunto era un
completo desatino. Todos le miraron con cariño. Pero, cuando precisamente
comenzaba aquél a recrearse en esta atmósfera tratando de olvidar a Villanueva,
una inmensa dama, semejante en todo a una ballena, pero con piernas, avanzó hasta
él y, encarándosele le dijo:
-Yo
no he leído los libros ni pienso leerlos tampoco; pero no admito la palabra
desatino, pues la considero difamatoria; permítame indicarle que fui yo quien
trajo al mundo al señor Villanueva.
Navalmoral
la miró con una mezcla de terror y éxtasis. ¡Ella había traído al mundo a aquel
portento! Pero, cómo… ¿a quién había ella persuadido?
La
reunión llegó a su fin con el siguiente acuerdo. Nosotros recogeríamos las
opiniones de seis eminentes abogados. Debíamos también conseguir que un crítico
prestigioso leyera el mejor trabajo de Villanueva. De acuerdo con ellos, se
repartiría el dinero o se dejarían las cosas como estaban.
Yo
estaba profundamente decepcionado mientras volvía de la reunión puesto que todo
lo que se había acordado costaba un montón de trabajo y de gasto y así nunca
íbamos a llegar al fin.
-¡Maldito
sea!- exclamé mientras iba llegando hacia mi casa. Y allí, justo separado de mí
por la anchura del paseo, estaba él en persona. Estuve a punto de echarme a
llorar. ¿Qué había hecho yo en mi vida para que los dioses me castigasen con
tales torturas?
Eché
a correr hacia él, pero su paso era mucho más largo que el mío y en seguida
desapareció en una bocacalle.
Desde
ese momento, ya no pasó ni un día sin que viera al Sr. Villanueva.
Constantemente me encontraba en un estado sobresaltado y nervioso, y el miedo a
pensar que podía estar volviéndome loco se iba apoderando de mí. Mientras, el
pleito se iba desenvolviendo. Al final se decidió repartir la mitad de los
bienes y del capital entre los familiares. Por un momento, pensé que ahora
volvería a reinar la paz y temporalmente fue así.
Pero,
justo cuando transcurrió el mes, uno de los abogados me comunicó que algo
extraño e inquietante había pasado: dos de los herederos se veían tan acosados
por alucinaciones de Villanueva que su juicio estaba en peligro. Dijo que
continuamente oían a su tío leyéndoles en voz alta en toda la casa sus famosos
trabajos. En cualquier sitio de la casa le oían. Pensé que a lo mejor ahora
empezaba a leerme a mí también y estuve a punto de desmayarme…
Después
de unos meses supe que los familiares anteriores habían sido internados en una
casa de salud mental. Pronto les empezó a ocurrir lo mismo a otros familiares
del difunto y cuando les daban el certificado de haberse recuperado, en cuanto
volvían a sus casas de nuevo les invadían las alucinaciones y tenían que
regresar al manicomio.
Dos
años después, durante el invierno, empezó a pasarme a mí.
Fui
a un especialista que, como a los familiares de Villanueva, me dictaminó una
crisis aguda por estrés y me recomendaba un descanso prolongado en una casa de
salud. Pero yo no estaba dispuesto a arruinarme como les pasó a ellos ni a
dejar que el “patético” Villanueva triunfase.
Así
que consulté a varias personas, incluyendo espiritistas, magos y sacerdotes.
Pero fue Anai quien me salvó.
Después
de contarle detalladamente la historia me dijo que me procurase un hombre que
fuera siempre a mi lado y que en cuanto el espectro volviera a aparecer le
dijera a mi compañero que corriera por detrás de la calle y tratase de cortarle
el paso.
-¿Pero
cómo podrá…?
-No
te preocupes yo sé lo que digo- y me miró con una sonrisa animosa.
Seguí
su consejo, qué otra cosa podía perder, y Villanueva no volvió a aparecérseme.
Seguí oyéndolo leer, por las tardes y cuando estaba solo, así que comencé a
invitar a amigos a mi casa todas las tardes. Pero al acostarme, seguía allí
leyéndome sin parar.
Anai
me aconsejó que me casase pero yo no estaba dispuesto a ofrecer a una muchacha
la vivencia de una persona como yo, agotado, nervioso y medio loco, así que
seguí con mis métodos y cada vez más hundido. Un tiempo después mi acompañante
y yo salimos temprano y vimos a Villanueva caminando a lo largo de un callejón
sin salida. Ambos corrimos en su busca, nos paramos frente a él y saltamos
arrojándonos contra él.
-¡Dios
mío!- exclamé-. ¡Pero si es de carne y hueso!
Rápidamente
lo llevamos en volandas hacia mi casa aunque él no prestó ninguna oposición.
Era totalmente corpóreo. No tenía nada de fantasma o producto de mi
imaginación.
-Ahora,
Villanueva, explíquese ¿Cómo es que no está muerto? Los periódicos lo
publicaron.
-Ya
lo sé. Fui yo quien publicó la noticia. Estuve fuera y todo fue muy sencillo.
-¿Y
mis continuas visiones, y el diagnóstico de sus parientes que están en el
manicomio y los que se suicidaron por no soportar sus dolorosas visiones
acústicas? ¡Es usted un canalla! ¡Y un miserable! Además de un asesino.
-Sí,
lo sé. Fueron muy interesantes todos estos experimentos.
-¿Experimentos?
¿Experimentos?...
Sepa
que soy un aventajado y prestigioso psicoanalista y que nunca tomé en serio
aquellas novelas. Solo eran parte de mi experimento.
-Pero
¿para qué, depravado monstruo?
-Para
mi Magnum Opus.
-Y
¿en qué consiste esa abominable obra? ¡Maldito bastardo!
-Es
un tratado –dijo con aquella placentera expresión que me sacaba de quicio-. Un
tratado que borrará todo lo que antes se ha escrito sobre este tema. Su título
será “Investigación completa y exhaustiva sobre la casi interminable capacidad
de la resistencia humana” y según acabó de decirlo, le seccioné con el mayor
placer del mundo la carótida para después, ante sus desorbitados ojos cortarle
la lengua como pude y después sacarle los ojos de sus cuencas mientras me reía
histéricamente sintiéndome el hombre más feliz de la tierra. Impediría que
ningún otro ser vivo pudiera oír ni leer nunca una sola palabra que saliese de
la mente de este retorcido y lunático espécimen, para lo cual también cortaba
uno por uno sus dedos de las manos riéndome insanamente… feliz… por fin.
─Toma, dale
una calada─ y me pasó una pava rechupeteada.
─No, no me
apetece ahora. Quiero enrollarme con una tía buenorra que me ha dado su mail.
Voy a chatear y si tengo suerte hoy me la llevo al catre.
Encendió el
ordenador y no prestó atención a Brandy que estaba tirando el balón a una
invisible canasta de baloncesto. Tampoco vio el desorden, los ceniceros hasta
arriba, las fotos de su familia y de su novia. Ni los títulos y copas al mejor
equipo de beisbol del que formaba parte.
Vio parpadeante
la luz verde del chat y se dispuso a saludarla. Era Karina, recordaba. ¡Uff! Estaba tremenda. Intentaría darle pena,
con eso siempre caen. Son unas incautas y su novia no tenía por qué enterarse.
Brandy no se lo iba a decir.
─Brandy, tú
de esto ni mú.
─Vale,
colega. Pero si se entera yo no estaba cuando lo hacías que luego me llevo yo
la bronca y ya me tiene suficiente manía.
─Hola,
Karina ¿Cómo estás? ─debería ser
más una afirmación que una pregunta─ sonrió.
─Hola,
Vidal. Bien. Justo estaba pensando en ti ahora mismo.
─¿Sí?
¡Cuánto me alegro!
─Estaba
pensando, Vidal… si no estarías comprometido… Ya sabes… Yo no quiero meterme en
medio de nadie…
─¡No! ¿Qué
dices? Si en este momento lo estoy pasando fatal, como para pensar en chicas.
No me interesan.
Brandy le
miró con ojos recelosos. No le gustaba
nada que Vidal se portara así con Jeny. Ella era una buena chica. Pero alzó
los hombros y siguió aporreando la pared con la pelota.
─Entonces
quizás te moleste en este momento.
─No ─dijo Vidal─ Si ahora estoy completamente solo y me
siento muy desamparado.
─Pero ¿por
qué estás tan triste?, parecías sonriente antes.
─No, déjalo.
Si te lo cuento te aburriré y yo no quiero eso.
─Cuéntamelo.
Venga. A ver si puedo ayudarte.
Claro que puedes ayudarme y no sabes
cómo ─pensó Vidal, mientras sonreía con suficiencia. Esta ya estaba en el bote.
Un poquito más y serás mía. Iba a decírselo a Brandy pero este había
desaparecido ─menos mal, estaba de los pelotazos hasta las narices.
─Bueno,
tú lo has querido, luego no me llames quejica o aburrido. Hace tres meses que
se murieron mis padres y mi novia me dejó la semana pasada porque no aguanta
que esté tan triste todo el día.
─¿En serio?
Si es una broma me parecería de muy mal gusto…
─No, en
serio ¿Cómo voy a bromear con una cosa tan seria?─ y contempló el retrato de sus padres a los que adoraba aunque
les hiciera rabiar tanto. ─¿Y el retrato?
─me lo habré dejado en la otra mesa o se habrá caído. Es todo un desorden esta
habitación. Y el pelma de Brandy que no volvía con lo bien que podían estar
pasándoselo, burlándose de esta boba.
Tras una
pausa premeditada, el timbre del chat volvió a sonar.
─Vidal,
no tenía ni idea de lo que te pasaba. ¡Pobrecillo! ¿Cómo pudo dejarte tu
egoísta y estúpida novia en un momento así? ¿Te encuentras bien? ¿Quieres
venir? Te invito a un café. Estoy ahora en casa. Si quieres pasarte… Tengo
remordimiento de todo lo que he llegado a pensar de ti… Pásate, si quieres… A
la hora que te parezca.
¡Leches! Esta era más cándida y tonta que
las recién salidas de fábrica ─sonreía de oreja a oreja─ Y mi amor no se
enterará jamás, jeje… ─Y lanzó un beso a su gran poster en la pared.
─¿Y el poster?─ dijo Vidal en voz alta─ ¡Ha desaparecido!
Pe-pero esto no puede ser. No tiene patas.
Quizás el tonto de Brandy se lo había llevado, siempre la
estaba protegiendo. Pero por qué no estaban sus fotos en el cajón y la grande
que decoraba su carpeta plastificada. Sus entrañas empezaron a revolverse y una
sensación de agobio le agrandaba los ojos y le hacía temblar.
Se levantó a buscar la foto de sus padres y de Jeny. Nada, no
había nada, ni siquiera una señal de que hubieran estado alguna vez. Esto no iba bien, nada bien…Se dirigió
inmediatamente al teléfono y llamó a sus padres, nervioso, con el corazón
acelerado… ¡Dios mío! ¿Qué he hecho?─El
número marcado no existe. No hay nadie registrado con esa numeración─
─¡No puede ser! ¡No puede ser!─gritó─ ¿Qué está pasando
aquí?─ se preguntaba mientras marcaba el número de su novia y por segunda vez
escuchaba el mismo mensaje. No entendía nada pero ya sentía pánico. Estaba
horrorizado. Miró el portátil y abrió mucho los ojos, corriendo para sentarse
delante y escribir. Debía poner toda la verdad, decir toda la verdad. Esto no
podía estar pasando. Eran sus odiosas mentiras y alguien o algo, quizás Dios,
le estaba castigando por ser tan mentiroso, falso y engañoso y por reírse
gratuitamente de buenas personas.
Fue mucho lo que pensó en ese minuto que tardó en volver
sobre el teclado.
─Mira, Karina. Todo lo que te he contado es mentira.
MEN─TI─RA. Todo. No se ha muerto nadie, tengo novia y no me dejaría por nada
del mundo y mi amigo está conmigo aquí jugando con un balón.
Miró la pantalla y abrió los ojos desmesuradamente. En ella
se veía un mensaje.
─Te espero. Ahora te dejo que me llaman. Hasta luego. Un
abrazo.
Contempló la luz gris del chat desconectado… Desconectado…