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domingo, 27 de enero de 2013

REENCUENTRO, de Ricardo Corazón de León

Este micro fue publicado en el blog de Esta noche te cuentohttp://estanochetecuento.blogspot.com.es/2013/01/ene138-reencuentro-de-ricardo.html
en un concurso de micros que dura todo el año, mes a mes y que os recomiendo si os gustan los micros.
(La imagen es original de Luis Royo)






Se acrecentaba la noche. Algo alertó a las nocturnas aves que dormitaban en el cementerio, y se agitaron alborotadas. Yo me hallaba sentado en el marco del ventanal y no vi nada, pero sí sentí sobre mi piel el inconfundible frío que sólo produce la proximidad de la muerte.
Estaba entumecido por el frío y dispuesto a entrar cuando divisé una imagen fugaz, de un blanco desvaído, transparente, que vagaba entre las tumbas. Pero no sentí terror. Me quedé inmóvil, contemplando aquel fantasma. Su vestido largo y sutil flotaba con la brisa, iluminándose con los rayos blancos de la luna. Era una imagen fantástica. Estaba próximo al encantamiento.
Suavemente se acercó a mí. Tomó mis manos y pude sentir las suyas, frágiles, delicadas y muy frías. Luego giró y sin soltarme me guió hacia el cementerio.
Llegamos a una cripta vetusta. Dentro se hallaban dos féretros antiguos cubiertos por mantos centenarios de encaje. Se detuvo frente a ellos. Yo también aunque no entendía lo que pretendía. Entonces tiró los mantos al suelo, quedando los ataúdes descubiertos, y a través del pequeño vidrio de sus tapas, pude reconocer en los rostros de los muertos nuestros propios rostros.
                                                            FIN

domingo, 20 de enero de 2013

APALEADO, de Isabel Oliva Yanes


APALEADO


Ring, ring… ¡!! Uff!! Con el sueño que tenía y se pone a sonar el teléfono… Si acabo de acostarme… Miro la llamada… ¡Jopé! La policía nacional… seguro que otro muerto… Estos muertos que no respetan ni el fin de semana ni nada.

Descuelgo, evidentemente, me ponen sobre aviso de un muerto a cuyo levantamiento tengo que ir. Algún asesinato, parece ser. Le digo a mi acompañante que me voy, salgo de la cama y mientras llamo al Médico Forense…

-¡Enrique! ¡Hola! ¿Te han avisado, no?... pues oye, hazme un favor y ven a buscarme que estoy en Santa Cruz y no tengo ni idea de donde está el pueblo o el sitio que dicen… Gracias, guapetón- aunque de guapetón no tiene absolutamente nada. Es de los tipos más feos que me he encontrado en mi vida. Además, produce risa, porque es igual que Mortadelo si fuera hombre y tan cotilla como él. En serio, si le vierais es cómico.


Tomo un café doble mientras espero la llamada. Cómo me molesta que me saquen por la madrugada casi amaneciendo de la cama un domingo con lo calentita que estaba y lo bien que lo iba a pasar… Pero el deber es el deber, no sirve de nada pensarlo.

-¡Ring, ring! ¡Ahí está! Bajo por el ascensor, salgo del edificio y me lo encuentro en su deportivo negro fardón y molón, pero no está solo, jejeeje… está con una chica –a este también le han pillado en la cama con otra y no ha tenido dónde dejarla aparcada- jajajaja…

Presentaciones. Yo como si no le conociera más que del trabajo y evitando reírme de la pobre incauta. Es que no sé la de chicas que le conozco en el poco tiempo que llevo. Se tira a todo lo que tiene faldas. Por supuesto, conmigo lo intentó, obviamente, pero sin ningún resultado. Aparte de que no me gustaba nada, no me parecía correcto que La Juez se enrollase con el Forense y encima siendo este tan bocazas como era… ¡Lo que me faltaba, vamos!

Íbamos por la autopista a la velocidad del rayo, como a él le gustaba siempre conducir y me sentí alegre pues la melena la llevaba al viento, éste me daba en la cara y estaba viendo un amanecer grandioso, como todos los amaneceres en Tenerife. Llegamos por fin al sitio indicado, tras múltiples vericuetos trampeando por los caminos de tierra. Llegamos a una finca grande con muchos jardines, cultivos (no me extrañaría que tuvieran maría, pero no venía aquí por eso) y una casa de campo muy grande. Me llevaron los de la Policía Judicial, ya casi grandes amigos míos, al menos, su jefe Eliseo, un hombre aún joven y más mayor que yo. Me ayudó a salir del biplaza en el que iba estrechamente situada pero en posición privilegiada por la altura.

Me comentó Eliseo que ya estaban buscando al autor y que no era muy agradable la escena. ¡Como si alguna escena con cadáveres fuera agradable! Entonces no vendría yo, seguro.

Nos metimos por un pequeño y estrecho puente que cruzaba por encima de una laguna artificial. El puente era de madera y todo a continuación también, una cabaña de madera, los escalones, etc.…
Por supuesto, aún no habían movido el cuerpo, así que entré a inspeccionar la escena y al muerto…

¡¡¡Ostrás!!! ¡Pobre tipo! ¡Estaba irreconocible! ¡Ni siquiera parecía una persona! Era una masa sanguinolenta, un individuo destrozado hasta la abominación. La nariz estaba rota y de lado, los dientes caídos en el suelo, la sangre goteándole por la nariz en punta pues el muerto estaba de pie, de pie apoyado extrañamente en la nevera. No entendía cómo, pero así estaba y un poco doblado hacia adelante. El muerto estaba cubierto literalmente de sangre, su pelo, sus ropas, todo. Los brazos y las piernas se encontraban en ángulos incomprensibles, obviamente rotos, lo que me impresionó pues habría sufrido una verdadera tortura antes de morir. No se podía saber nada de él ahora, salvo que algún hijo de puta le había molido a patadas y puñetazos estilo kung-fu o cualquier otro arte oriental de los que hombres presumían. Una huella de un pie se encontraba en el refrigerador por encima de la cabeza del muerto. ¡Qué muerte tan cruel! ¡Qué dolorosa! ¡Cuánto debió de sufrir antes de morir de una paliza!!! El resto del mobiliario, más bien escaso, no estaba muy descolocado para lo que allí había pasado. El catre si, ahí debía haberlo encontrado, dormido e indefenso. ¡Qué canalla! ¡Una auténtica monstruosidad! Me senté para contemplar bien el escenario y vi las pisadas de sangre que salían de la cabaña, fui siguiéndolas hasta donde llegaban y de repente desaparecían en la arena, sin que allí hubiese otras pisadas o marcas. Los de la científica decían que quizás vino andando aunque era dificilísimo por lo remoto en que se encontraba el lugar y que si hubiera sido en coche habría señales. Yo pensé en una moto y lo tomaron en cuenta. Posiblemente fue ese el transporte que utilizó el asesino, si es que no era ninguno de los de la casa grande en cuya propiedad estaba esta cabaña pequeña.

Eliseo me preguntó si quería interrogarles ahora y le dije que sí. Fuimos a un pequeño comedor, tras cruzar un gran secadero en el que solo había colgados unos cuantos pimientos rojos secos (la maría, si la había, la quitaron, desde luego) y allí se encontraban sentados un hombre y una mujer y, al parecer, su hija y, por la pinta, eran extranjeros, desde luego. Así era, alemanes… ¡qué bien! Esa lengua aún no la domino, claro que como siga viviendo aquí seguro que la aprendo mucho mejor que el inglés que ya sé. La conversación fue muy corta, dada la imposibilidad del idioma, aunque intentamos hablar en francés e inglés, pero nothing the nothing.

En resumen, negaban haber visto u oído algo durante la noche, ni coches, motos, ni los desgarradores gritos de aquél pobre diablo al que mataban a escasos veinticinco metros de donde vivían ellos. Me enseñaron las habitaciones de ambos, la pareja y la chica y, por supuesto, mentían. ¿Cómo no habían oído el alarido y los aullidos que ese ser tuvo que desgranar ante la endemoniada paliza que le estaban dando? Además eso no fueron segundos, como es un tiro, no, fueron muchos minutos para haberlo dejado como estaba.

Volví al recinto del muerto. No sé qué se me escapaba de allí. No tenía ningún sentido matar con los pies y las manos a este tipo, enjuto, delgado, no muy alto y de una edad indefinible de entre treinta y cinco a cuarenta y cinco años. Claro que matar nunca tenía sentido pero acostumbrada a los muertos este parecía aún más sin sentido. No había libretas, pasaporte, dni y estaba claro que era extranjero, seguramente alemán como los otros.

De ellos solo obtuvimos el nombre del muerto y que se dedicaba a vivir allí porque no tenía dinero y a cambio les ayudaba en el campo… Quedaron citados para comparecer en mi Juzgado al día siguiente a las diez de la mañana, advirtiéndoles de que si no se presentaban los vendrían a detener. Menudos mentirosos que estaban hechos, aunque por todo lo que les rodeaba no sospechaba de ninguno de ellos como autor. Quizás tenían miedo de la revancha del verdadero asesino. Yo también lo tendría.

Como ya me habían fastidiado el día opté por despedirme del forense y su nueva chica y vernos el lunes con el resultado de la autopsia –a este sí que se lo habían fastidiado y bien; ponerse ahora a abrir ese cuerpo que estaba más roto que un juguete usado de generación en generación-. Me fui con Eliseo y sus chicos que me garantizaron llevarme luego a Santa Cruz a recoger mi coche. Iba con ellos en el coche de camuflaje (¡ji! ¡De camuflaje! –me reí- si lo conocía todo el mundo, al menos todos los delincuentes, eso sí). Mientras íbamos conduciendo dieron un aviso de un coche a la fuga con disparos incorporados. Los tres me miraron suplicantes. Estábamos en la misma autovía por donde el coche supuestamente había escapado y… lo estábamos viendo.

-Doña Isabel, ¿no le gustaría hacer una persecución?- dijo Eliseo anhelante.
-¡Por supuesto, vamos! ¡A por ellos! ¡Vamos!...


Y dieron un acelerón de muerte, pusieron la sirena y en menos de quince segundos zigzagueábamos entre los coches detrás del que había disparado contra los policías al intentar detenerlo. Yo me lo estaba pasando en grande, siempre he sido terriblemente arriesgada e imprudente y jamás había conocido el miedo. La verdad, es que para morirse de todos modos, era preferible morir riendo que morir potando enfermo. Gritaba y llenaba el aire con mis gritos de aliento. Ellos me miraban satisfechos y con placer, enseñándome lo buenos pilotos que son y lo bien que lo hacían todo y con qué devoción. Y yo se lo agradecía no solo dejándoles hacer sino palmeando cuando lo hacíamos… Sabía que era la única. Los otros dos compañeros eran unos pavos. Uno, el del uno, jamás de la vida, se hubiese metido en un cutre coche policial con su impecable y carísimo traje de chaqueta y su bronceado varonil. Y la otra, la del dos, odiaba a todo lo que se llamara Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, comprendiendo todo, TODO… desde los Guardias Civiles, Policías Nacionales (a quien nada más llegar les abrió unas previas por presunto delito de lesiones en un interrogatorio), Policías Locales, Guardas de Seguridad y Porteros de Discoteca… Los odiaba visceralmente como buena militante del PC, del que tuvo que salirse porque los Jueces no podemos estar afiliados a ningún partido ni participar o colaborar públicamente con alguno. Le venía de herencia, la rojez, su padre andaluz bla, bla, bla… Vamos que no tenía ningún motivo concreto para odiarlos. Como decían en Tenerife y todo Canarias, era una rebenque, es decir, entre rencorosa de nacimiento, rebelde, tonta y correveidile… Mmm… Por eso me gusta tanto esa palabra, REBENQUE; se puede decir tanto con un solo apelativo.

Cuando la persecución llegó a la altura del otro coche en paralelo, para avisarles de que pararan, el policía que estaba a mi lado me bajó la cabeza y todo el cuerpo para protegerme.
Yo no intenté moverme pero no porque me diera miedo de un arma o de que me reconociesen, sino por los policías, se jugaban mucho teniéndome a mí con ellos y si me pasaba algo no quiero saber adónde rodarían sus cabezas, por irresponsables. Al menos, fue lo que me dijeron.

Al final, los cuatro locos que habían huido fueron obligados a parar y de ellos se encargaron el coche de policía que nos había alcanzado mientras le perseguíamos. Los chicos y yo recuperamos el aliento y se les veía felices y satisfechos. Me caían bien. Eran buena gente Y, sobre todo, cumplidores y efectivos. Les invité a una cerveza en el Puertito de Güimar. Ya se nos había pasado la hora de desayunar hace mucho. Después me llevaron como prometieron hasta mi vehículo. Me despedí alegremente de ellos y antes de subirme al coche, sopesé la idea de volver a la cama calentita de la que me habían echado con lo del muerto y continuar durmiendo hasta el día siguiente, pero como sabía que eso no iba a ser así de sencillo, opté por tomar un café en un sitio agradable y largarme acto seguido. Otro día sin desayunar, sin comer y, por lo visto, sin cenar, pues en casa no había de nada. Era mejor así, que andar tirando toda la comida que compraba porque estaba podrida.

Decidí ir a mi restaurante favorito y hacer mi pedido favorito, por supuesto, para llevar. En cuanto me vieron los dueños, me sacaron un caldo suculento recién hecho que me obligaron a tomar bajo pena de no dejarme ir… Bueno, vale, lo tomo… lo tomo… mmm… delicioso.

Salí de allí repuesta y ya era hora tardía, había anochecido del todo. Subí hasta el juzgado, abrí y aproveché para dejar mis anotaciones sobre el muerto encima de mi mesa. ¡Qué asco de Secretarios! Como no tenía ninguno, y vivían tan lejos, normalmente en Santa Cruz, de donde se encontraban mis muertos me daba apuro llamarles y menos en fin de semana para levantar el muerto. Así que al día siguiente, le explicaba lo sucedido y levantaba el acta correspondiente. Desde que Diana se marchó nunca más había vuelto a ir acompañada a nada por el Secretario y eso que Diana tampoco lo era, pero era la oficial con más disposición y buena para el trabajo que había encontrado en mi vida.

Cuando salí ya serían las doce. Así que me subí al coche con otro archivador con documentos (no se pueden sacar documentos del juzgado). Pues no sé como coño iba a dictar las sentencias y revisar los pleitos si no los podía sacar de allí. Pero ese capítulo vino muchos años después. Aquí no había problema.

Mientras bajaba hacia el Médano completamente sola por esa carretera a esas horas vi el enorme círculo, nunca lo había visto tan grande, el enorme cinturón naranja de la luna saliendo por el horizonte. ¡INMENSO! ¡DELICIOSO!... Qué suerte había tenido de poderlo ver. Era colosal, aparecía casi de un lado del horizonte a otro y no se movía, estaba ahí quieto encima del mar, con esa media luna naranja que dejaba el cielo todo él anaranjado, rojo y amarillo. Antes de entrar en el pueblo y de que las casas me interrumpieran su plena vista, aparqué a un lado de la carretera para ver ese fenómeno tan bello y natural.

Como esto dura tan poquito, como todo lo bueno, salí del coche, en una noche perfecta sin frío, sin calor y con una brisa suave y seguí admirada el horizonte. Estaba pensando, o más bien, descansando de pensar cuando volví a mirar el reloj: doce y media. ¡No era posible!... ¡Absolutamente imposible!... Pero si la luna estaba exactamente igual que cuando paré. ¡Qué cosa tan extraña! Recordé todos los periodos de la luna y sus movimientos, rotación, traslación, transmutación y el nuevo que llamaban libración (ver más superficie de la luna que el 50% debido a la velocidad orbital, tanto del norte como del sur y del oeste al este).

Ninguno de esos temas y todo lo que sabía de la luna daba explicación a este fenómeno… La una menos cuarto y estaba igual. ¡Foto!, recordé…Fui al coche saqué el móvil e hice unas cuantas instantáneas sin fijarme en ellas. Solo en la luna que seguía mansamente en aquel lugar de la misma forma y manera… Era asombroso y por más increíble que pareciera eso no era la luna. De esto estaba profundamente segura. Oh!... si al menos, no quedase en el mar o en el horizonte esa luna me habría acercado a saber qué era ese OVNI, pero con lo cansada que estaba, fui a casa, comí un poco y salí a la terraza para cerciorarme de que aquel objeto seguía allí en la misma posición. La verdad es que no tenía ni idea de lo que hacer, me estaba riendo contemplando el espectáculo e imaginando las respuestas que me darían si llamase a la Guardia Civil, Policía Nacional o Local o a algún amigo a esas horas de la noche… Por supuesto, que no lo haría. Y cayéndome de sueño me quedé dormida al relente en la tumbona de la terraza, pensando que todo esto era un sueño.

Al despertar, menos mal que el móvil suena indefectiblemente a la misma hora, día tras día, me sorprendí al ver que estaba dormida en la terraza. Era rarísimo que me hubiera podido dormir en otro sitio que no fuese una cama. Pero como recordé el día que me esperaba con lo de ayer, me incorporé sin darle más importancia y fui a por mí café triple. Me duché, me vestí convenientemente, hoy tocaba de verde –me encantaba-, así que falda mini de estampados pequeños de hojas sobre un fondo de crema, blusa de seda verde con pliegues muy discretos verticales en el pecho y una chaqueta de corte masculino verde, del mismo color que la blusa. Ah! Y por supuesto, unos deliciosos zapatos verdes de ante con piel verde también.

Iba a salir, cuando me acordé del OVNI o de la luna o lo que fuera y saqué el móvil del bolso para ver las fotos que había hecho y estar segura de lo que había visto. ¡Ahí estaba! Un aparato extraño de dimensiones y formas extrañas, redondeado, ovoide y con sombras que asemejaban ventanas y puerta… ¡¡¡No podía creerlo!!! Era cierto, ¡¡¡HABÍA VISTO UN OVNI!!! Lástima que mis obligaciones tuvieran que dejar aparcada por años esta extraordinaria historia

.
(si os ha gustado no tenéis que dejar de seguir esta truculenta historia para enteraros de lo que puede dar de sí la maldad de un ser humano y la manipulación llevada a sus máximos extremos) 


Fdo. Isabel Oliva.

viernes, 18 de enero de 2013

LA BAILARINA DE LAS AGUAS, de Mercy Flores









LA BAILARINA DE LAS AGUAS
por Mercy Flores.

Tan sólo unos meses antes era un hombre normal y sin saber muy bien cuándo comenzó,  ahora estaba atrapado en una terrible y a la vez magnética ensoñación. Donde quiera que mirase que hubiese agua, allí estaba ella danzando sin parar; no lograba ver su rostro pero amaba su insinuante figura y aquellos movimientos dulces le inquietaban la existencia.

En un charco en la calle, en la fuente del parque, hasta en un vaso de agua la contemplaba bailar y estaba claro que solo él podía verla.

Pensó que se había vuelto loco, pero cada vez dormía menos y buscaba cualquier acuoso lugar para ver a su bella bailarina; le obsesionaba no ver su rostro y ni siquiera podía concentrarse en el trabajo, así que pidió unos días libres y se fue a la cabaña de sus abuelos, rodeado de un inmenso lago donde pescaban cuando era un niño. Hasta los dieciocho años estuvieron yendo todos los inviernos, dejaron de hacerlo después de aquella tragedia que conmocionó al pueblo.

Hacía tanto que no iba que le costó encontrar el camino hasta el lugar pero después de varios minutos vislumbró, al final de éste, la vieja cabaña.


Casi sin soltar los bártulos en el suelo de la entrada corrió como poseído hasta el lago para ver bailar a su amada y quizás antes de que llegara la noche hubiese suerte y pudiese hoy contemplar su rostro. No ocurrió y Sony cada vez pasaba más horas en la orilla contemplando a su amada danzar, casi no comía y dormitaba apenas unos minutos. Semanas más tarde él se desvanecía con los intensos rayos de sol del mediodía por la debilidad y la falta de energía. Pero la noche más perfecta que podáis imaginar se apareció ante sus ojos el rostro de su amada, el reflejo de una inmensa luna llena dejó al descubierto sus dulces ojos, esos que nunca podría olvidar y Sony quedó petrificado.

Veinte años atrás Sony era un joven inconsciente y cobarde. Él y un grupo de amigos perseguían por el lago a la bella Sharon (animadora del instituto y una de las chicas más guapas del pueblo) solo pretendía asustarla pero ella tropezó y cayó al agua de donde nunca salió. Sony quería tirarse para ver si aún estaba viva o pedir ayuda pero los demás se lo impidieron, el muchacho no hizo nada y chantajeado por los demás jamás lo contó. 
Encontraron el cuerpo de la joven semanas más tarde y fue considerado un accidente (mientras la muchacha paseaba por el lago tropezó y cayó a las aguas muriendo ahogada, esa fue la conclusión policial)

Sharon miró a Sony desde las aguas y telepáticamente le dijo que ellos estaban destinados a amarse eternamente, que ella había nacido para él y él para ella, pero al haber sido tan cobarde y no salvarla en aquella triste ocasión estaban destinados a vivir él esta vida sin amor y ella la eternidad.

Sony no lo pensó dos veces se metió dos grandes piedras en los bolsillos y se tiró al lago.

El cadáver del hombre fue encontrado días más tarde con una sonrisa en el rostro y hay quien cuenta que en las noches de luna llena se ven dos figuras bailar mientras suena una dulce melodía de amor..... 

Fin 

Autora: Mercy Flores

domingo, 13 de enero de 2013

DEMENCIA, de Ricardo Corazón de León

(Normalmente la demencia es una enfermedad y contra ella nada se puede hacer... )







  
DEMENCIA

          Hace unos años tuve que pasar en contra de mis deseos, mi veraneo con unos tíos míos. Era la única persona que podía atenderles pues carecían de hijos y no tuve valor para decir que no. Habitaban en un pueblo pequeño, diminuto, diría yo, pero como era verano, estaba “lleno” de veraneantes. La única diversión que existía en el pueblo era un bar que permanecía abierto casi todo el día y una piscina que llamaban municipal y aunque era indudable la frescura del agua, no era un sitio ideal para pasar las horas; los chiquillos y mayores no dejaban de celebrar, berrear y ovacionar cualquier suerte de lid de alguno de sus hijuelos.
            Siendo estos sitios los de reunión me dediqué a estar en casa con mis tíos fundamentalmente. Para ello me había preparado con unos cuantos libros pensando que habrían de durarme hasta el final del verano. Pero no había pasado una semana y ya me los había leído todos, además de los que encontré en la casa de mis tíos y todo lo que pude encontrar finalmente.
            En uno de esos domingos me encontraba tomando un aperitivo en el bar y entre todas esas personas chillonas había un individuo bastante raro. Se había sentado en una mesita y leía con devoción un manojo grande de folios mecanografiados. Por puro aburrimiento me acerqué a conversar y educadamente le pregunté sobre lo que leía, sabiendo de antemano su respuesta, la cual no se hizo esperar, -Una de mis pequeñas obras, ¿quiere usted leerlo?- y yo que estaba desesperado por hacer cualquier cosa que me sacara del aburrimiento acepté entusiasmado.
            -Qué amable- dijo mi conocido que más tarde supe que se llamaba Rodrigo Villanueva. –Yo creo –prosiguió él- que me convendría mucho leérselo personalmente. Siempre me han considerado con una voz bien timbrada para leer en alto.
            Acepté encantado y le invité a casa de mis tíos a cenar y hasta que esa hora llegara podría leerme su obra en el gran jardín de la casa. Cuando estuvimos en el jardín se apoyó en una columna que sujetaba un gran jarrón y declaró que desde ahí leería perfectamente.
            Entonces comenzó a leer.
            Me gustaría poder describir aquella voz pausada, inexpresiva e incontenible. Era una voz que cuanto más la escuchaba, más extraña me parecía. Ahora sé que era como la de un ruidoso locutor que disertara sobre un pesado tema. Al principio procuraba captar todo el sentido de las frases. Resistí la lectura de los primeros seis capítulos que eran terriblemente pesados. Me imaginé con toda claridad el escenario, los personajes y los acontecimientos, carentes en absoluto de fortaleza dramática. Esperaba que al fin sucediese algo. Pensé que los personajes, en algún momento realizarían hazañas espeluznantes o nobles y santos hechos. Pero no hicieron nada.
           



Nada sucedió. El libro era extraordinariamente monótono, informe; carente en absoluto de vitalidad: era una descarriada expresión de una personalidad negativa, con una multitud de ideas mudas, rancias y totalmente desprovistas de originalidad. Siempre decía lo que uno ya sabía de antemano. Siempre parecía que iba a llegar el párrafo culminante, o el momento ansiado en que sucediese algo. Pensé que, después de un rato, descansaría –pues hasta los más presuntuosos suelen hacerlo y no se puede estar horas y horas leyendo sin siquiera beber algo para evitar la sequedad de la boca-. Pero en este caso era realmente imposible. La lenta y monótona voz proseguía sin descanso, con el terrible tesón de un CD. Deseaba con todas las ganas de mi ser que bajase la voz o la elevase, que chillase o graznase, cualquier cosa para eliminar el aburrimiento. Traté de pensar en otras cosas, pero su voz era demasiado potente e insistente como para permitirme concentrar en otras cosas. No me era posible prestarle atención ni dejársela de prestar. ¡Estaba agotado!
            Nunca había pasado una tarde igual en mi vida. Para colmo de males, la cocinera no terminaba de preparar la cena y avisarnos para poder dejar de oír su voz.  Las horas transcurrían interminablemente. Finalmente me atreví a decir:
            -¿Podríamos descansar unos minutos?
            -¿Por qué? –respondió él.
            -Para que tratemos el tema de la lectura, hablásemos de él…
            -No – replicó -. Estamos en el momento más interesante. ¿No se da cuenta de que he desarrollado todo el argumento para llegar aquí, al momento culminante y más dramático de la historia? Todos los personajes esperan en vilo el desenlace de la tragedia.
            Siguió leyendo, y yo, esperando en vilo el desenlace de la tragedia. Pero no había tragedia alguna, ni culminaba nada. Ya me dolía horrorosamente la cabeza. Pero la voz continuaba fluyendo, por encima de todo, de mis sentidos, del jardín, del mundo. Sentía como si me arrastrase a un torbellino de enorme tedio, de fastidioso aburrimiento. De repente pensé, totalmente resuelto: “Si no avisan pronto para la cena, lo mato”.
            Ese pensamiento fue un acto reflejo, no fue un pensamiento lógico ni racional pero ahora recapacité y me puse a pensar en cómo podría hacerlo. ¡Hasta logré evadirme por completo del sentido de su lectura! Por fin… Consideré todas las posibilidades que se me ocurrieron. El estrangulamiento. Matarlo con el azadón que estaba en el jardín. Ensartarlo en el tridente. Colgarlo. Tirarle el inmenso jarrón en cuya base se estaba apoyando. Desnucarlo contra las piedras de la maravillosa marquesina florida… En todas ellas me deleitaba, me regodeaba de placer. Casi empecé a sentirme feliz, cuando repentinamente cesó la lectura.
-Nos traen la cena – dijo-. Ahora podemos mantener una pequeña charla y luego terminaré de leerle la obra.
Y así fue. Tras lo cual me contó que pensaba dejar todo su dinero para que sus obras fueran publicadas y que quería que yo fuera el depositario de las mismas y redactara su testamento. En vano resultaron mis excusas de exceso de trabajo, de tener que irme inmediatamente y ya desistí completamente cuando alegó que si ponía en duda todavía su talento literario podía leerme otra obra para que lo comprobara.
Ahí se acabó la discusión y lo hice tal y como estaba previsto. Después de que se marchó contento con sus papeles y mi dirección no volví a verlo en mucho tiempo y, por supuesto, dejé de pensar en él
Al cabo de los años, cuando me encontraba en un hospital debido a una caída que me produjo una fractura en la pierna, Villanueva se presentó sin ninguna explicación. Estábamos en la misma habitación cinco personas más. Nos estuvo leyendo durante dos horas, creyéndolo necesario para liberar nuestro hastío. Cuando se marchó, dije a la enfermera:
-Si deja usted entrar de nuevo a ese hombre mientras yo esté aquí le aseguro sin lugar a dudas que la mataré.
Ella se rió a carcajadas, pero todos los demás vecinos de habitación estaban completamente de acuerdo conmigo.
No mucho después leí en el periódico su esquela.
“¡Pobre tipo!, pensé, abusaba en exceso de sus lecturas. Seguramente acabó con la paciencia de algún lector. En fin, ya no podrá leerme más.”
Y entonces recordé sus obras y el testamento y odié aquellos momentos. Primero llegó la clásica carta de un abogado de donde él vivía. Después su visita con una gran caja metálica.
-Los parientes del difunto- dijo – están muy disgustados por no haber heredado nada. Opinan que sus obras carecen de ningún valor y que ellos tienen también sus derechos.
Le pregunté cómo sabían si tenía valor o no su obra respondiéndome que Rodrigo tenía la costumbre de leerles en alta voz varias de sus obras. Traté de disimular una sonrisa.
-Ellos piden, señor, heredar los bienes y dineros del difunto destinados a publicar su obra por ser inútil este propósito y están dispuestos a renunciar a los futuros derechos que pudieran corresponderles por la venta de los libros y por los derechos de autor. Querían llevar el pleito a los Tribunales.
Pues ¡menudo panorama se me presentaba de repente! Además de que eran legión de familiares del difunto.
Le pregunté si la caja estaba llena.
-Totalmente, señor Esquivias. Son copias a máquina, cuidadosamente hechas.
Sacó la llave, una carta sellada y una copia del testamento. Hecho lo cual se despidió. La carta solo me proporcionó la información de a cuánto ascendía la suma dejada por él, lo demás era repetición del testamento.
Cuando abrí la caja y me dispuse a leer los papeles que allí había me di cuenta inmediatamente de que lo que me leyó a mí era de lo mejorcito que había escrito. Llamé a Navalmoral y le dije que tenía trabajo para él si lo quería. Este era un periodista con escrúpulos y dotado de conciencia, por lo que su trabajo era escaso. Así que se alegró y en seguida se llevó las copias de la obra de Rodrigo Villanueva esperando ciegamente hallar una obra maestra en aquel conjunto de papeles.
-Creo que lo mejor será que vaya leyendo poco a poco y vaya estableciendo una comparación entre lectura y lectura –dije-. La determinación de que se publique la obra depende de usted. Según el testamento algunos han de publicarse así que usted decide cuáles son los que se deben editar.
Me preguntó si había pensado en una agente literario para editar y le conteste que Magnus, pues ningún libro, por malo que fuese, podía empeorar más aún su reputación y, en cambio, el dinero le ayudaría a conservar su industria.
-Por último, Navalmoral, si usted se arrepiente de haberse mezclado en este asunto, como le ocurrirá cuando entre de lleno en sus lecturas, recuerde que, al menos, no se los leyeron en alta voz y dé gracias a Dios por ello.
Cuando volvió Navalmoral a buscar el resto de la obra me dijo que no había encontrado ni el menor rastro de una buena obra; todo era pésimo.
-Un tipo patético el Sr. Villanueva- dijo.
-Yo le aconsejo que la rechace, que no se obsesione como me ocurre a mí con su horrible sentido práctico y monótono. Pienso continuamente en él y en su obra como si se tratara de un asunto de vital importancia. Si me siento en la sala le oigo leer. Si descanso en un parque le sigo escuchando y cuando me voy a dormir, sueño que él me arropa y me envuelve “con su sentido patético”. Y si por algún momento me olvido de él aparece una carta de las decenas de familiares que tiene reclamándome el dinero que dejó.



Navalmoral, por supuesto, no me hizo caso y siguió fiel leyendo continuamente y como era de suponer se obsesionó tanto como yo.
-He soñado- me dijo en una ocasión- que el pobre Villanueva se me aparecía por las noches y me contaba exactamente como concibió cada una de sus ideas. Y ¡hasta me ha hecho perder el gusto por las buenas obras!
Por fin, tales eran las amenazas de los familiares y los pleitos que pugnaban por acumularse que reuní en un día a todas las partes implicadas, es decir, a todos los familiares, al abogado y a Navalmoral.
Yo ya no vivía, Villanueva me ahogaba, me agobiaba, me levantaba pensando en él, me acostaba y soñaba con él y hacía días que no me encontraba bien. “Si yo hubiera podido adivinar hasta qué grado iba a llegar esto lo hubiera estrangulado en el jardín de mi casa cuando tuve la ocasión”. Claro que peor me sentiría si me hubiese tenido que leer toda la obra entera del difunto. Solo de pensarlo se me revolvía el estómago y estaba a punto de vomitar.



La reunión fue agitada y tumultuosa. Estaba claro que todos necesitaban el dinero y argumentaban empecinadamente cada uno a su favor, mientras el “patético” Villanueva no necesitaba nada de nada pero era el causante de todo estos problemas tan desagradables y yo le odiaba por ello. En esto estaba pensando cuando distinguí claramente a Villanueva que pasaba frente a la ventana del salón que había alquilado para la reunión. Me levanté de un salto; señalé hacia él; grité para que todos lo viesen.
Navalmoral se acercó.
-Calma, amigo. Está muy fatigado.
-Pero yo lo he visto –dije-. Era él mismo. El causante de todas las desgracias. ¡Si pudiera echarle mano…!
La reunión duró cuatro horas y media durante las cuales se sugirieron las más peregrinas y peculiares ideas legítimas e ilegítimas de terminar con estos problemas. Entonces se pidió opinión a Navalmoral como crítico de su obra. Dijo que, desde el punto de vista literario, toda la obra del difunto era un completo desatino. Todos le miraron con cariño. Pero, cuando precisamente comenzaba aquél a recrearse en esta atmósfera tratando de olvidar a Villanueva, una inmensa dama, semejante en todo a una ballena, pero con piernas, avanzó hasta él y, encarándosele le dijo:
-Yo no he leído los libros ni pienso leerlos tampoco; pero no admito la palabra desatino, pues la considero difamatoria; permítame indicarle que fui yo quien trajo al mundo al señor Villanueva.
Navalmoral la miró con una mezcla de terror y éxtasis. ¡Ella había traído al mundo a aquel portento! Pero, cómo… ¿a quién había ella persuadido?
La reunión llegó a su fin con el siguiente acuerdo. Nosotros recogeríamos las opiniones de seis eminentes abogados. Debíamos también conseguir que un crítico prestigioso leyera el mejor trabajo de Villanueva. De acuerdo con ellos, se repartiría el dinero o se dejarían las cosas como estaban.
Yo estaba profundamente decepcionado mientras volvía de la reunión puesto que todo lo que se había acordado costaba un montón de trabajo y de gasto y así nunca íbamos a llegar al fin.
-¡Maldito sea!- exclamé mientras iba llegando hacia mi casa. Y allí, justo separado de mí por la anchura del paseo, estaba él en persona. Estuve a punto de echarme a llorar. ¿Qué había hecho yo en mi vida para que los dioses me castigasen con tales torturas?
Eché a correr hacia él, pero su paso era mucho más largo que el mío y en seguida desapareció en una bocacalle.
Desde ese momento, ya no pasó ni un día sin que viera al Sr. Villanueva. Constantemente me encontraba en un estado sobresaltado y nervioso, y el miedo a pensar que podía estar volviéndome loco se iba apoderando de mí. Mientras, el pleito se iba desenvolviendo. Al final se decidió repartir la mitad de los bienes y del capital entre los familiares. Por un momento, pensé que ahora volvería a reinar la paz y temporalmente fue así.
Pero, justo cuando transcurrió el mes, uno de los abogados me comunicó que algo extraño e inquietante había pasado: dos de los herederos se veían tan acosados por alucinaciones de Villanueva que su juicio estaba en peligro. Dijo que continuamente oían a su tío leyéndoles en voz alta en toda la casa sus famosos trabajos. En cualquier sitio de la casa le oían. Pensé que a lo mejor ahora empezaba a leerme a mí también y estuve a punto de desmayarme…



Después de unos meses supe que los familiares anteriores habían sido internados en una casa de salud mental. Pronto les empezó a ocurrir lo mismo a otros familiares del difunto y cuando les daban el certificado de haberse recuperado, en cuanto volvían a sus casas de nuevo les invadían las alucinaciones y tenían que regresar al manicomio.
Dos años después, durante el invierno, empezó a pasarme a mí.
Fui a un especialista que, como a los familiares de Villanueva, me dictaminó una crisis aguda por estrés y me recomendaba un descanso prolongado en una casa de salud. Pero yo no estaba dispuesto a arruinarme como les pasó a ellos ni a dejar que el “patético” Villanueva triunfase.
Así que consulté a varias personas, incluyendo espiritistas, magos y sacerdotes. Pero fue Anai quien me salvó.
Después de contarle detalladamente la historia me dijo que me procurase un hombre que fuera siempre a mi lado y que en cuanto el espectro volviera a aparecer le dijera a mi compañero que corriera por detrás de la calle y tratase de cortarle el paso.
-¿Pero cómo podrá…?
-No te preocupes yo sé lo que digo- y me miró con una sonrisa animosa.
Seguí su consejo, qué otra cosa podía perder, y Villanueva no volvió a aparecérseme. Seguí oyéndolo leer, por las tardes y cuando estaba solo, así que comencé a invitar a amigos a mi casa todas las tardes. Pero al acostarme, seguía allí leyéndome sin parar.
Anai me aconsejó que me casase pero yo no estaba dispuesto a ofrecer a una muchacha la vivencia de una persona como yo, agotado, nervioso y medio loco, así que seguí con mis métodos y cada vez más hundido. Un tiempo después mi acompañante y yo salimos temprano y vimos a Villanueva caminando a lo largo de un callejón sin salida. Ambos corrimos en su busca, nos paramos frente a él y saltamos arrojándonos contra él.
-¡Dios mío!- exclamé-. ¡Pero si es de carne y hueso!
Rápidamente lo llevamos en volandas hacia mi casa aunque él no prestó ninguna oposición. Era totalmente corpóreo. No tenía nada de fantasma o producto de mi imaginación.
-Ahora, Villanueva, explíquese ¿Cómo es que no está muerto? Los periódicos lo publicaron.
-Ya lo sé. Fui yo quien publicó la noticia. Estuve fuera y todo fue muy sencillo.
-¿Y mis continuas visiones, y el diagnóstico de sus parientes que están en el manicomio y los que se suicidaron por no soportar sus dolorosas visiones acústicas? ¡Es usted un canalla! ¡Y un miserable! Además de un asesino.
-Sí, lo sé. Fueron muy interesantes todos estos experimentos.
-¿Experimentos? ¿Experimentos?...
Sepa que soy un aventajado y prestigioso psicoanalista y que nunca tomé en serio aquellas novelas. Solo eran parte de mi experimento.
-Pero ¿para qué, depravado monstruo?
­-Para mi Magnum Opus.
-Y ¿en qué consiste esa abominable obra? ¡Maldito bastardo!
-Es un tratado –dijo con aquella placentera expresión que me sacaba de quicio-. Un tratado que borrará todo lo que antes se ha escrito sobre este tema. Su título será “Investigación completa y exhaustiva sobre la casi interminable capacidad de la resistencia humana” y según acabó de decirlo, le seccioné con el mayor placer del mundo la carótida para después, ante sus desorbitados ojos cortarle la lengua como pude y después sacarle los ojos de sus cuencas mientras me reía histéricamente sintiéndome el hombre más feliz de la tierra. Impediría que ningún otro ser vivo pudiera oír ni leer nunca una sola palabra que saliese de la mente de este retorcido y lunático espécimen, para lo cual también cortaba uno por uno sus dedos de las manos riéndome insanamente… feliz… por fin.

                                                         FIN


                                  

miércoles, 9 de enero de 2013

CHAT, de Ricardo Corazón de León






CHAT
                                       
            ─Toma, dale una calada─ y me pasó una pava rechupeteada.
            ─No, no me apetece ahora. Quiero enrollarme con una tía buenorra que me ha dado su mail. Voy a chatear y si tengo suerte hoy me la llevo al catre.
            Encendió el ordenador y no prestó atención a Brandy que estaba tirando el balón a una invisible canasta de baloncesto. Tampoco vio el desorden, los ceniceros hasta arriba, las fotos de su familia y de su novia. Ni los títulos y copas al mejor equipo de beisbol del que formaba parte.
            Vio parpadeante la luz verde del chat y se dispuso a saludarla. Era Karina, recordaba. ¡Uff! Estaba tremenda. Intentaría darle pena, con eso siempre caen. Son unas incautas y su novia no tenía por qué enterarse. Brandy no se lo iba a decir.
            ─Brandy, tú de esto ni mú.
            ─Vale, colega. Pero si se entera yo no estaba cuando lo hacías que luego me llevo yo la bronca y ya me tiene suficiente manía.
            Hola, Karina ¿Cómo estás?debería ser más una afirmación que una pregunta─ sonrió.
            ─Hola, Vidal. Bien. Justo estaba pensando en ti ahora mismo.
            ─¿Sí? ¡Cuánto me alegro!
            ─Estaba pensando, Vidal… si no estarías comprometido… Ya sabes… Yo no quiero meterme en medio de nadie…
            ─¡No! ¿Qué dices? Si en este momento lo estoy pasando fatal, como para pensar en chicas. No me interesan.
            Brandy le miró con ojos recelosos. No le gustaba nada que Vidal se portara así con Jeny. Ella era una buena chica. Pero alzó los hombros y siguió aporreando la pared con la pelota.
            ─Entonces quizás te moleste en este momento.
            ─No ─dijo Vidal─ Si ahora estoy completamente solo y me siento muy desamparado.
            ─Pero ¿por qué estás tan triste?, parecías sonriente antes.
            ─No, déjalo. Si te lo cuento te aburriré y yo no quiero eso.
            ─Cuéntamelo. Venga. A ver si puedo ayudarte.
            Claro que puedes ayudarme y no sabes cómo ─pensó Vidal, mientras sonreía con suficiencia. Esta ya estaba en el bote. Un poquito más y serás mía. Iba a decírselo a Brandy pero este había desaparecido ─menos mal, estaba de los pelotazos hasta las narices.
            ─Bueno, tú lo has querido, luego no me llames quejica o aburrido. Hace tres meses que se murieron mis padres y mi novia me dejó la semana pasada porque no aguanta que esté tan triste todo el día.
            ─¿En serio? Si es una broma me parecería de muy mal gusto…
            ─No, en serio ¿Cómo voy a bromear con una cosa tan seria?─ y contempló el retrato de sus padres a los que adoraba aunque les hiciera rabiar tanto. ─¿Y el retrato? ─me lo habré dejado en la otra mesa o se habrá caído. Es todo un desorden esta habitación. Y el pelma de Brandy que no volvía con lo bien que podían estar pasándoselo, burlándose de esta boba.
            Tras una pausa premeditada, el timbre del chat volvió a sonar.
            ─Vidal, no tenía ni idea de lo que te pasaba. ¡Pobrecillo! ¿Cómo pudo dejarte tu egoísta y estúpida novia en un momento así? ¿Te encuentras bien? ¿Quieres venir? Te invito a un café. Estoy ahora en casa. Si quieres pasarte… Tengo remordimiento de todo lo que he llegado a pensar de ti… Pásate, si quieres… A la hora que te parezca.
            ¡Leches! Esta era más cándida y tonta que las recién salidas de fábrica ─sonreía de oreja a oreja─ Y mi amor no se enterará jamás, jeje… ─Y lanzó un beso a su gran poster en la pared.
─¿Y el poster?─ dijo Vidal en voz alta─ ¡Ha desaparecido! Pe-pero esto no puede ser. No tiene patas.
Quizás el tonto de Brandy se lo había llevado, siempre la estaba protegiendo. Pero por qué no estaban sus fotos en el cajón y la grande que decoraba su carpeta plastificada. Sus entrañas empezaron a revolverse y una sensación de agobio le agrandaba los ojos y le hacía temblar.
Se levantó a buscar la foto de sus padres y de Jeny. Nada, no había nada, ni siquiera una señal de que hubieran estado alguna vez. Esto no iba bien, nada bien…Se dirigió inmediatamente al teléfono y llamó a sus padres, nervioso, con el corazón acelerado… ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? ─El número marcado no existe. No hay nadie registrado con esa numeración─
─¡No puede ser! ¡No puede ser!─gritó─ ¿Qué está pasando aquí?─ se preguntaba mientras marcaba el número de su novia y por segunda vez escuchaba el mismo mensaje. No entendía nada pero ya sentía pánico. Estaba horrorizado. Miró el portátil y abrió mucho los ojos, corriendo para sentarse delante y escribir. Debía poner toda la verdad, decir toda la verdad. Esto no podía estar pasando. Eran sus odiosas mentiras y alguien o algo, quizás Dios, le estaba castigando por ser tan mentiroso, falso y engañoso y por reírse gratuitamente de buenas personas.
Fue mucho lo que pensó en ese minuto que tardó en volver sobre el teclado.
─Mira, Karina. Todo lo que te he contado es mentira. MEN─TI─RA. Todo. No se ha muerto nadie, tengo novia y no me dejaría por nada del mundo y mi amigo está conmigo aquí jugando con un balón.
Miró la pantalla y abrió los ojos desmesuradamente. En ella se veía un mensaje.
─Te espero. Ahora te dejo que me llaman. Hasta luego. Un abrazo.
Contempló la luz gris del chat desconectado… Desconectado…
                                               FIN