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lunes, 18 de noviembre de 2013

El amor siempre vuelve, de Ricardo Corazón de León











EL AMOR SIEMPRE VUELVE
de Ricardo Corazón de León

Se abrió la puerta y ella entró.
Comencé a recordar…
          “La había conocido veinte años atrás. Una noche me crucé en su camino y me enamoré. Desde aquel día, decidí entregarme a ella, obedeciendo las órdenes improrrogables de mi corazón. Pero entonces, tras dos meses de profundo amor, resolvió dejarme. Sin importarle cuál era mi deseo, sin tener en cuenta mi desesperante necesidad de ella. Sólo contaban su egoísmo y sus caprichos. Y se fue; destrozando mi espíritu y mi corazón. Dejó mi vida rota. Inmerso en la más profunda de las desesperaciones…”

            Han pasado muchas cosas desde entonces. Ahora, después de tanto tiempo volvemos a encontrarnos.

            Hermosa como entonces, se aproxima a mí. Bajo la cálida luz del cuarto, sus felinos ojos se clavan en los míos, y una delicada sonrisa se dibuja en sus labios. Tal y como la recuerdo cada noche en mis sueños. Cínica y un tanto frívola, pero tan bella, que otra vez comencé a sentir el influjo de sus encantos…

            Al son de una de nuestras canciones favoritas, comienza a arrimar su cuerpo perfecto y delicado junto al mío. Su perfume flota en la atmósfera del cuarto. Ella, danza en derredor mío con suavidad, rozando mi cuerpo. La melodía me emociona. Su cuerpo gira, se arquea y me envuelve, sensual y atrevido se trasluce bajo la sutil gasa del vestido. Siento sus senos tibios pasando por mi pecho y mi espalda, sus pezones enhiestos. Sus manos ávidas, me acarician deslizándose desde mi nuca, hombros y pecho, hasta aferrarse eróticamente a mis muslos. Estoy cayendo bajo su hechizo. Su mirada colmada de deseo me embriaga. Pero, esta vez, soy yo quien espera terminar con nuestro encuentro y dejarla plantada como ella hizo conmigo hace veinte años.

           Sus labios anhelantes, se posan en mi boca. Sonrío casi maliciosamente. Sigue siendo tan mía; que, aún sin proponérmelo, un deseo muy fuerte de vengarme se apodera de mí. Pero domino ese impulso, la aparto de mi cuerpo y la dejo extrañada ante mi reacción, levanto la copa y brindo por ella. Al hacerlo, sus ojos toman nuevo brillo. Me arrebata la copa y brinda por los años pasados y el amor. Me siento en el sofá para contemplarla. Con la copa en la mano, se tiende a mi lado, apoya su cabeza sobre mis piernas y fija sus ojos de gata enamorada en los míos. Le quito la copa y beso sus labios con toda la pasión que he albergado en mi alma desde su partida. La beso largamente, hasta sentir que su postura de triunfo se desvanece, tiembla de amor entre mis brazos, se emociona perceptiblemente. Entonces, al sentir su cuerpo estremecerse me levanto alejándome lo suficiente para observarla, para gozar del placer que me causa verla así, rendida ante mí. Puede adivinar mis sentimientos y se levanta de un salto. Su mirada gatuna se transforma en fuego. Espero el zarpazo de su ira, sin embargo, controla su arrebato y con calma dice…

           ─Te he amado, más que a todo, te he amado. Aquella noche, en nuestro primer encuentro, cuando te vi experimenté como jamás lo había hecho y por ti me transformé. Me suplicaste que te dejara quedarte conmigo, regalándome tu corazón enamorado. No pude hacerlo. Al verte, algo extraño me ocurrió. Contigo, había descubierto al amor. ¿Cómo podría hundirte en mis noches profundas y tortuosas, si te vi puro y noble? ¿Dime, cómo podría, amándote como te amo? Intenté cambiar por ti y te regalé los dos meses más felices de mi vida, pero fuerzas endemoniadas a las que estoy predestinada me obligaron a dejarte sin mayor explicación.

            Sus ojos cargados de llanto hasta las lágrimas me contemplan, mientras su voz suena con un tono de tristeza tal que me hace sentir un miserable, y me arrodillo ante ella. Todo el resentimiento que había acumulado durante veinte años se esfumó en ese segundo…

            De súbito, cuando me hallo en desconsolado abrazo asido a su cuerpo, profundamente apesadumbrado y rendido ante su angustia, una horrorosa carcajada de ultratumba hiela mi sangre. Su manos, que tan cálidamente sentí entre las mías, se han transformado. Entonces miro su rostro. La larga cabellera ya no existe, un frío y oscuro manto la cubre al igual que a su cuerpo. Su perfecto cuerpo es sólo un esqueleto bajo la mórbida mortaja. Puedo sentir sus huesos contra mi pecho. Me aparto de un salto. Su risa retumba por doquier. Quiero correr. Creo que voy a enloquecer…

            Pero entonces, veo en el fondo de la cuenca vacía de sus ojos, una luz de tristeza infinita que duele. Me quedo a su lado.

            Y comprendo…el final de la noche ha llegado y con él, también el de mi vida.


Foto de Bruno Wagner.