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martes, 15 de abril de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO XV, de Ricardo Corazón de León

Esta historia de ciencia ficción, aventura, acción y suspense continúa aquí y empezó acá aunque este fragmento sea absolutamente independiente del resto. Espero que reconozcáis la temática.

(Pintura hiper-realista del pintor contemporáneo Barry Ross Smith)



(Música compuesta por Jaime Barkin en exclusiva para esta novela)


Recordó Robert cómo una vez en un viaje interplanetario tuvo que dejar en manos de un investigador privado la resolución de un conflicto. En la astronave viajaban Rufus Sinclair, un científico y octogenario sabio, que iba a dar una conferencia en Europa, al mismo tiempo que yo y en el mismo sitio.

Pronto averigüé que su conferencia y la mía eran idénticas y que él se había aprovechado de mi idea para copiarla y hacerla suya, añadiéndola al largo historial de logros que ya tenía a lo largo de su carrera. Yo sostenía lo mismo pero a la inversa, la autoría era mía y él era el usurpador.

Como estábamos en una astronave y el tema matemático era de mucha importancia para la cumbre que se iba a celebrar en Europa, fue puesto en conocimiento del capitán este problema. El capitán obtuvo las mismas versiones de cada uno de nosotros. Luego interrogó a los robots asistentes de ambos, al mío y al de Sinclair que avalaron instantáneamente las teorías expresadas por sus dueños. Cada uno afirmaba que su dueño era el autor.

El problema era macanudo, así que llamaron a uno de los mejores investigadores privados que, precisamente era amigo del capitán. Este le explicó el asunto y le pidió que resolviera la cuestión desde la Tierra antes de posarse en ella, pues si no el maremágnum que se iba a organizar a su llegada sería grandioso.

Ernest, el investigador privado solicitó entrevistarse con mi ayudante-robot en primer lugar y le sometió a un interrogatorio en el cual mi robot manifestó que debido a la Primera Ley de la Robótica de Asimov, no consideraba que el prestigio y la reputación de su amo fueran equiparables a una lesión o herida o a hacer daño a un ser humano, pero reconocía que entre un humano cualquiera y yo, siempre se decantaría por mí y acataría lo que él dijese, incluso llegando a mentir. Ernest le manifestó que yo era joven, treinta y siete años, tan sólo, mientras que el Profesor Sinclair era un anciano que había hecho mucho bien por sus teorías matemáticas a la humanidad. Le señaló que yo, por mi juventud, me recuperaría pronto de esta afrenta que se entendería en mi afán de juventud loco y de desear investigar con más ahínco, mientras que el profesor Sinclair vería puesto en peligro todo su prestigio y su fama y pondría en tela de juicio todas sus anteriores teorías y esto representaría un gran dolor-trauma para el doctor Sinclair. Mi robot después de haber oído las manifestaciones de Ernest, señaló sin ninguna duda que yo era el que había copiado al doctor Rufus su teoría.

(Imagen obtenida en google)

El comandante le dio las gracias por haber puesto fin al conflicto, pero Ernest no le dejó decir nada todavía a los contendientes, sin que antes hablase con el ayudante-robot del doctor Sinclair. Le hizo el mismo interrogatorio que al mío y se manifestó de igual forma que mi robot. Sin embargo, en cuanto al planteamiento, fue distintamente propuesto. Le hizo ver cómo para el doctor Rufus no significaba nada importante que reconociese haberse apropiado de una idea que le había presentado Robert, porque su carrera ya era suficientemente brillante y estaba jalonada de éxitos; sin embargo, en mi carrera la usurpación o copia de una idea supondría el total rechazo por todos los compañeros suyos y de Rufus, el fin de mi carrera matemática que de ese modo echaba por la borda todo un futuro prometedor. Por lo tanto esto representaría para mí un gran dolor-trauma del que nunca me repondría.

El robot del profesor Sinclair, después de oír este planteamiento, se dispuso a decir algo, pero no lo logró quedando cortocircuitado en ese preciso instante.

De este modo, para Ernest quedaba claro que el autor verdadero de la teoría que iba a exponerse era yo y que Sinclair simplemente se había apropiado de mi idea, cuando se la fui a enseñar para consultársela.

El comandante que no salía de su asombro le preguntó a Ernest cómo había podido deducir eso de la conversación con los robots y Ernest le explicó que en ambos robots por encima de todo prevalecía la Primera Ley: No hacer daño a ningún ser humano o que por su inacción pudiera causársele algún daño. Pero también existía la Segunda Ley de la Robótica: Obedecer siempre las órdenes de un ser humano, salvo que éstas estén en conflicto con la primera Ley.

(Imagen encontrada en google)

Su amigo, el capitán de la astronave, le recordó que el robot de Robert había confesado que había mentido y no al contrario, y Ernest, le señaló que precisamente el desarreglo y cortocircuito del segundo robot y la mentira del primero se entendían de forma clara, puesto que ambos protegían la Primera Ley, mi robot en el momento en que Ernest le puso de manifiesto el terrible dolor-trauma que Sinclair sufriría si mantenía su declaración, la cambió de inmediato, manteniendo así intacta la Primera Ley, no haciendo daño al viejo profesor. Sin embargo, el robot del doctor, al ser consciente del muchísimo dolor-trauma que se me producía a mí si mantenía su declaración, se vio cortocircuitado porque se puso en funcionamiento al mismo tiempo la orden tajante que le había dado su propietario, el viejo Sinclair, mentir a toda costa y declarar que la teoría era de Rufus, por lo que quedó demostrado y así lo confesó Rufus Sinclair que su teoría no era tal, sino solo una leve apropiación con el objeto de mantener aún más alto su meteórica carrera.

Siempre le estaré agradecido al comandante y a ese investigador Ernest a quien no conozco aún en persona.

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La historia continúa aquí

domingo, 6 de abril de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO XIV, de Ricardo Corazón de León.

La historia comienza cuando se descubre el gran Huevo de Oro enterrado a miles de metros de profundidad en el polo sur. Y dentro de él una pareja, un hombre y una mujer, de hace más de novecientos mil años; por lo tanto, serían nuestros verdaderos antepasados y no descenderíamos del mono. ¿Están vivos o muertos? Esta ficción viene de aquí y empezó acá. 



(Foto encontrada en Google)


Magnus sabía que era necesario para que todo marchase que ellos comprendieran a Joyce, no solo la Traductora que Kristian le hacía llegar en privado.

Fue a hablar con él y le preguntó por qué no podía instalar un idioma más para transmitir en el de Joyce. Su respuesta fue difícil de seguir pero vino a decir que era casi imposible sin volver a reordenar a Kris entero, lo cual llevaría semanas.

─¿Por qué no quitas uno de los dieciocho idiomas y lo sustituyes por el de ella? ─preguntó Magnus.

─¿Pretendes que yo unilateralmente decida suprimir una de las representaciones estatales? ¡Ni hablar! Reuníos, habladlo, votadlo y luego me lo contáis…

─¿De dónde procedía Fiodor Vlaskov? ─ indagó Magnus.

─De Sudáfrica, concretamente de Johannesburgo ¿Por qué?

─¿Y qué hablaba? ─susurró, invocando interiormente que no fuera el inglés porque entonces no tendrían ningún otro canal.

─Afrikaans ─respondió Kristian, que mientras lo pronunciaba se le iluminaba la cara de alegría, añadiendo─ y era el único que lo hablaba, por lo que podemos quitar ese canal y sustituimos ese idioma por el de Joyce.

Ambos palmeaban como niños pequeños. Antes de irse, Kristian le entregó un auricular-transmisor y un mando para que se lo pusiera a ella, totalmente distinto al que se había llevado la primera vez.  El otro que se había llevado solo servía en una conversación de uno en uno y en el idioma de Magnus. Se dieron la mano como habían visto hacer en las películas antiguas, entrechocando las palmas de la derecha en alto y luego cerrando el puño y con el pulgar hacia arriba. Tantas horas juntos y tanto trabajo satisfactorio les habían convertido en amigos.

Se dirigió inmediatamente a la Sala de Enfermería y al llegar le apartó una onda pequeña que le cubría la oreja y le introdujo el auricular como una almendra. Sus orejas le parecieron pequeñas flores que se abrían para él, tan perfiladas, tan jóvenes, tan redondeadas… y él se quedó con el mando.

De este modo los sabios, él y, sobre todo, Joyce podía ser escuchada por todos. Ella había hecho intención de separarse cuando se lo introdujo en la oreja pero luego confió en él y se dejó hacer. Ahora Magnus le hablaba dulcemente,
(Imagen obtenida en Google)









─Somos amigos, somos tus amigos ─Joyce abrió esos inmensos ojos azules de color ahora casi violeta y sonrió abiertamente. Era la primera vez que la habían visto sonreír y se hizo un silencio generalizado, de admiración. Ella aún no entendía o no parecía comprender lo turbadora que resultaba para todos nosotros, para todos los hombres de este mundo y muchas mujeres. Ignoraba inconscientemente los deseos inflamados y ardorosos que despertaba a su paso. Inocente como una niña. Magnus sacudió la cabeza y se obligó a proseguir porque aquella sonrisa, como a todos, le había dejado noqueado.

─No vamos a hacerte daño. Estás con amigos y lo único que queremos es que seas feliz. Te proporcionaremos todo lo que necesites para que te encuentres cómoda. Te contaremos cómo te hemos encontrado y lo que ha sucedido para que lo hiciéramos. Pero, antes de todo, mi nombre es Magnus ─ y se tocó el pecho.

            ─Joyce─ y señaló su pecho. ─Magnus ─y señaló el pecho de él─ y Joyce─, repitió.

Joyce sonrió y preguntó con una clara voz musical

─En el bunker estábamos dos personas. ─ Magnus asintió.

─Él es Plinio. ¿Está vivo?

─Está congelado como tú estabas, no le hemos reanimado todavía.

─¿Los otros búnkeres menores han resistido? ─ me encogí de hombros, sin saber qué responder.

Richard me sacó del apuro, ─No hemos encontrado a nadie vivo salvo a ti. El otro hombre que estaba contigo sigue sin reanimar, está igual que cuando te encontramos a ti. No sabemos de los búnkeres que nos dices, solo hemos encontrado el tuyo.

─¿Cuánto tiempo he estado durmiendo? ─ preguntó interesada y preocupada, mirando a su alrededor y no reconociendo nada de cuanto había allí.

─¿Días, semanas, meses…? ─inquirió alarmada. Su cara estaba en tensión.

Nadie osaba responderle. ¿Cómo le dices a una persona que lleva 900.000 años durmiendo? ¿Cómo le haces saber con dulzura que nada de lo que hubo perdura, ni siquiera el polvo de lo que estuviera construido su mundo? Cuando Magnus fue a responder, Richard se tapó el micrófono para que no pudiera ser escuchado por Joyce y le advirtió de los posibles peligros que representaba decirle de golpe el verdadero tiempo que había transcurrido. Magnus de igual modo, repuso que era mejor a veces, en psicología, una verdad terrible que una mentira constante por mucho shock que suponga. Así que decidido le contestó


─ ¡900.000 años!
(Imagen procedente de Google)

Ella abrió desmesuradamente los ojos y cuando comprendió, chilló, chilló como si un cuchillo le perforase el corazón. ─No, no, ¡NO!

─¿Egon? ¿Egon…? ─y sin esperar respuesta alguna salió gritando y llorando de la Sala de enfermería dándole a Richard un empujón que le tiró en el suelo, recibiendo un fuerte golpe en el brazo Robert que intentó acogerla y abriéndose a codazos entre los que intentaban sujetarla.

Arthur la sujetó por los brazos y recibió de ella un puñetazo en la cara que hizo que la soltase, llevándose las manos a la nariz partida. También estaban los paparazzi pero a ella no le importaban, siguió aullando y corriendo, apartándoles con una fuerza endiablada, hacia la salida, que en ese momento justo se abría para dejar entrar un frost-truck o camión para la nieve. Ella salió al frío polar, a la tormenta que soplaba a más de 200 kilómetros por hora, a los copos tan rígidos como granizo y opuso resistencia pero el aire la zarandeaba en ese ambiente hostil y gélido y después de intentar gritar sin éxito, cayó desmayada.

Mientras los hombres la levantaban, la abrigaban y la llevaban a la enfermería, la Traductora Universal señalaba que al no coincidir con ningún vocablo o palabra de todas las conocidas en ese idioma, entendía que era un nombre propio, posiblemente masculino.

Mientras la masajeaban y friccionaban para que entrase en calor, Geraldine habló

─Ese Egon debe ser de quien está enamorada. Y es comprensible el shock que ha sufrido ─mirando alternativamente a Richard y a Magnus ─porque para ella solo había pasado un día, ni siquiera eso, le acababa de dejar, era su amado y estaba vivo y ahora, ahora… habían transcurrido ¡900.000 años! Lo que supone la absoluta pérdida de la persona amada.

Magnus con cara de arrepentimiento se volvió y se marchó.

(Imagen encontrada en Google)


Cuando volvió en sí, el shock había pasado, en apariencia. No le quedó ninguna secuela de la congelación o alguna pulmonía o resfriado. Nada absolutamente. Es como si fuera inmune a todas las enfermedades, lo que les daba a los científicos otra razón más para investigar. De su Egon, de él, su amor imposible, su amor desesperado, no volvió a hablar. Pero la firme determinación de su semblante, el apagado fulgor de sus ojos, la indiferencia hacia todos y todo, la condena… a la que se veía sometida toda su vida no dejaba de hacerse visible, sobre todo para mí.

Quiso saber cómo había sido encontrada y lo sucedido, la crónica pero al ir a leérsela, denegó con la mano y dijo

─Magnus, quiero a Magnus.

Así que fueron a buscarle, a pesar de que le habían prohibido que volviera a tratarla después de lo ocurrido. Para Joyce era su único amigo, el que le había dicho siempre la verdad, la cara que vio al despertar y el que la acompañaba día y noche. Faltándole motivos para seguir viviendo y no teniendo nada que le uniera a este mundo, si querían algo tendría que ser a través de Magnus, pues sin él se veía impotente y frágil.

Magnus acudió y comenzó a leerle el informe pero en un momento dado lo dejó y él mismo se lo fue contando, a solas ellos dos, como había pedido. Luego entraron todos los demás científicos, que estaban detrás del muro transparente y empezaron a preguntarle. Primero la edad, quién era, en qué trabajaba, cómo funcionaba la máquina de comida, cómo funcionaba la de los vestidos…

Magnus tenía el mando para filtrar las preguntas que se le hicieran pero todos las hicieron a la vez, así que tuvo que desconectarlo para que Joyce no se volviera loca y hacerles comprender que a ella no le llegaban las preguntas por separado sino todas entraban en la Traductora y salían a la vez. Así que de nuevo tuvo que imponer las reglas más elementales de comportamiento con una extranjera.

Por orden, fue respondiendo a todas sus preguntas. Geraldine se acercó y le preguntó que dónde estaba su país, y dónde el otro que les había atacado. Para ello le dio un globo terráqueo que estaba apoyado en la mesa de escribir. Ella al principio, parecía no reconocerlo y se quedó pensativa, pero tras darle varias vueltas y hacerlo girar lo puso en posición absolutamente vertical con respecto al sol, sin ángulo de inclinación ninguno.

Robert Graves aplaudió porque esa era precisamente su teoría y se la habían rebatido en todos lados. Ahora por fin, tenía un testigo, alguien para verificar sus teoremas.


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